Es una jodienda vivir con vecinos en el piso de arriba. Hace no mucho me tocó una familia italiana, cuya matriarca usaba muletas. Cada vez que se levantaba de noche a mear se le caía al suelo una muleta y me provocaba un sobresalto, ya de madrugada. Cuando la vieja tiraba de la cadena me volvía a despertar, porque el bajante pasa junto a mi almohada. Puedo contar las veces que meó durante su estancia en el piso; no recuerdo si acabé anotándolas. Y ahora me toca otra familia, con dos niños patinadores, cuyos pataleos se originan desde las seis de la mañana. Los niños actúan maliciosamente justo encima de mi cabeza y tropiezan con todo, deben tener dificultades motrices. Casi siempre chocan con una bacinilla, que seguramente derraman, pero su contenido aún no me ha llegado, dicha sea la verdad. Los niños son el peor enemigo del hombre, sobre todo junto a las piscinas o cuando duermes. Junto a las piscinas te salpican; disfrutan haciéndolo. Y cuando duermes hacen lo posible para despertarte porque un niño no soporta ver a un adulto sopa. Los vecinos son cordiales de trato y me da pena advertirles de que hace meses que no duermo y de que no compren objetos que rueden, porque los activan todos a la vez. Son las dificultades de vivir en comunidad. Los niños son pequeños destructores que provocan los mayores desastres, incluso inundaciones. Los vecinos anteriores me inundaron un armario (menos mal que con agua limpia) y estoy esperando lo peor de los nuevos, dado el alboroto a horas intempestivas que provocan. He llegado a tal punto de desesperación que veo a un niño por la calle y cruzo la acera, no vaya a ser el jodido patinador que dificulta mi sueño.