Cuenta Moncho Borrajo en sus memorias (¡Corre, Gallego, corre!, ed.Nausícaa), y que acabo de recibir de Agapea, que en sus tiempos de estudiante universitario en Valencia se montó una buena tángana entre estudiantes progresistas, fachas y un grupo de personas vestidas de gitana que defendían el mundo homosexual y sus reivindicaciones varias. Los grises hicieron su aparición con aquella parafernalia de escudos, porras y caballos. Así lo cuenta Moncho: “Uno de los que iban vestidos de gitana se encaramó en la estatua ecuestre de Franco, a la grupa del caballo, y se abrazó al general. Un capitán de los grises tomó el megáfono y le instó a que se bajara: ¡Bájese de ahí inmediatamente, maricón! Al ver que no le hacía caso le preguntó el oficial: ¿Dónde coño cree que va?, a lo que el travesti respondió: ¡Al Rocío con mi novio!”. Imagínense el cuadro: un travesti vestido de faralaes, abrazado a Franco, a la grupa de su caballo, en la plaza del Ayuntamiento. Dice Moncho Borrajo que hasta los grises estallaron en sonoras carcajadas y añade que “eso era bueno, porque cuando se reían no pegaban”. Cuenta el humorista gallego que no recuerda si aquel personaje fue La Robertina, un travestido que fumaba en pipa, feo como un demonio, que llevaba coleta y que tenía una gracia que no se podía aguantar, aunque le faltara algún diente; o por eso mismo. Moncho Borrajo, a quien entrevisté en Los Limoneros, es un personaje peculiar, un rey del humor, un tipo culto y con mucho sentido común. Sus memorias son muy entretenidas, tanto como su conversación, y es muy agradable pasar un rato con él porque siempre te sorprende. Sus recuerdos están bien transcritos y quedarán para la historia del gran cómico gallego. Y con mucha vida personal en ellos.