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Hablar

La mejor recomendación que puede hacer la Real Academia Española de la Lengua es que cada uno hable como le dé la gana. Así podríamos componer un ranking de quién es más sorullo y más ignorante y no andaríamos con discusiones bizantinas sobre el uso de eso que llaman lenguaje inclusivo, que no sé bien lo que es. La discrepancia se sitúa ahora en Buenos Aires, donde parece que cala el mensaje de los llamados progresistas en España, que desde luego -y hablo en general- tienen más de analfabetos funcionales y de iletrados que de verdaderos progresistas. A la falsa modernidad no es bueno llamarla progreso. Complicar las cosas no es precisamente sinónimo de arreglarlas. A mí me da patadas en el cielo de la boca eso del todos y todas, compañeros y compañeros, ellos y ellas y demás zarandajas que se han inventado para empobrecer el castellano, reiterar innecesariamente y desterrar el lenguaje neutro, epiceno, que tanta brevedad, brillantez y belleza ha aportado a nuestra forma de hablar. Pero, en fin, mientras Putin bombardea un supermercado en Ucrania dejando docenas de muertos en sus pasillos y mientras el rey moro Mohamed manda a su estrafalaria policía a aplastar subsaharianos en la frontera con Melilla, en España hablamos de discrepancias sobre el lenguaje inclusivo. Y eso que se celebra la conferencia de la OTAN en Madrid, que va a ser crucial para la historia del mundo. Pregunten en la calle por la OTAN y verán la pobreza de las respuestas y la ignorancia del personal. Importa mucho más el ellos, ellas y hasta el elles, que el destino del mundo. Mientras Suecia y Finlandia, dos naciones cultísimas, piden a gritos su adscripción a la Alianza Atlántica, aquí hay quien rechaza la pertenencia de España a la organización. Es que somos bobes.

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