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Mi vida tras el virus

En el periódico me ruegan artículos graciosos, pero no puedo evitar, en la cita diaria, contar otros aspectos de mi vida que no sean dignos de caer en el canasto del humor. Tras el cautiverio producido por el covid, y tras haber sufrido el virus (agarrado en no sé dónde, porque mira que me cuidé), duermo fatal, he tenido que recurrir a la melatonina y, sobre todo por las noches, me entran unas preocupaciones ridículas, unos miedos casi insuperables y unas obsesiones todavía más locas. Repaso de manera exhaustiva artículos y entrevistas, soy mucho más exigente con la imposible perfección y todo esto produce que aparezcan más churros que los habituales. Desde luego, el arresto domiciliario que provocó la pandemia supuso para mí una etapa terrible de mi vida. Creo que para muchos de los lectores también. En estos dos años, el retroceso sicológico del ser humano ha sido terrible, sobre todo para las personas de edad provecta, para los jubilados, para los del nada que hacer. Teníamos encima la muerte y no sé si éramos conscientes de los riesgos, que todavía persisten, aunque en mucha menor medida que en los tiempos virulentos de la pandemia. Si pasamos revista al número de fallecidos en el mundo, las cifras fueron terribles, el esfuerzo sanitario resultó ímprobo, incluso supuso un agosto para los delincuentes que hicieron negocio con la desgracia universal. Todo esto te causa zozobra, desesperanza y desconfianza ante la ausencia de valores de tantísima gente. Cada vez reduzco más el círculo de personas que frecuento, cada vez soy más descreído ante el mundo en general y me quedan pocos amigos. Todavía hoy me cuido en exceso cada vez que salgo a la calle, pero es que si sigo en mi casa no podré resistir el pánico que provoca la soledad.

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