Quienes me siguen más o menos asiduamente saben que odio el carnaval. Pero también es verdad que nado a contracorriente. Quiero decir que la gente del carnaval también me odia a mí, sobre todo después de que fui jurado de las murgas y aquel año redactamos un manifiesto que reivindicaba la gracia y la ocurrencia frente al victimismo y al chiste fácil. Para qué fue aquello. Después me quejo de que no me dan premios, ¿cómo me los van a conceder si soy el tipo más políticamente incorrecto del mundo? Una vez, cuando escribía en un periódico que no era éste, en mi primera etapa, allá por los 80, un tipejo se dedicaba a mutilarme los artículos. Luego, en privado, cuando yo protestaba, me decía que era el director quien utilizaba la tijera. Hasta que me fui, previa la obligación de mandar a tomar por saco al que yo creía responsable del desaguisado. Más tarde me enteré de la verdad, pero no le pude, por razones biológicas, dar un piñazo al mentiroso y caradura que se había convertido en el destripador de mis artículos. Era un tipo que comulgaba diariamente y en los viajes se iba de putas, no hace falta dar mucho detalle. Además, ya se murió, que descanse en paz. En Santa Cruz tienen ustedes la suerte -y yo la desgracia, aunque piso poco Santa Cruz- que siempre es carnaval. Ahora también en junio. Los amantes de esta fiesta absurda querrán, a partir de ahora, celebrarla dos veces cada año. Recuerdo que Enrique González, a quien aprecié mucho, líder de la Fufa, se inventó la Piñata Chica, que quería ser otra semana más de guasa. Y Paco Padrón se sacó de la manga el Carnaval de Día, que es aún todo un éxito. ¿No lo ven acaso?: siempre es carnaval.
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