Hace semanas, pocas, o no, que algo va cogiendo forma, ganando espacio entre los ocho huesos carpianos. Algo está pasando ahí debajo, entre el radio y el cúbito, abriéndose camino entre los metacarpos con el propósito, según todos los indicios, de llegar a las falanges. Días atrás apenas podía percibirse a simple vista; pero ahora, a veinte días del veintitrés de junio, la piel comienza a dar pistas generando una forma, un perfil, que resulta tremendamente familiar. Como siempre ha pasado (con la excepción de los últimos febreros, por culpa del innombrable) muñeca, antebrazo y dedos ponen de su parte, renuncian a su ubicación habitual para hacer hueco a la maraca que cada carnaval adquiere dimensión en los corredores subcutáneos para, acto seguido, atravesar la piel e instalarse en la mano derecha (porque, sobra decirlo, pero se dice, la izquierda está para sostener el vaso). Una vez que sale a la superficie, la maraca queda cosida a la piel, adherida a fuego, incrustada hasta que acabando los carnavales se diluye hasta volver a materializarse un año después. Su reaparición, ganándose durante unos días la condición de extremidad, es la señal, la bengala que advierte de la inminencia del carnaval en la calle. Porque, aunque algunos sigan algo despistados, quedan únicamente veinte días, apenas dos jueves para estar a una semana de volver a la calle, al carnaval de a pie, al jaleo que la innombrable nos negó durante dos febreros, estamos a nada, a nada de nada. Solo veinte días -menos de tres semanas, a partir de hoy- para confirmar que sí, que vuelve, que volvemos. Quedan veinte días, pero distraídos con esto, aquello o lo de más allá, entretenidos con el día a día, despistados, no somos suficientemente conscientes de que ya los tenemos encima; y, depende, pero algunos ni se han tomado la molestia de cumplir con las liturgias, quedar, programar para desprogramar porque de eso se trata, disfraces, tirar de los de otros años, comprar alguno a última hora, atreverse con algo nuevo, purpurina, complementos, plan específico para la cabalgata, tengo el alma en pedazos, ya no aguanto esta pena, tanto tiempo sin verte es como una condena. Y entrenar. Hay quienes ya llegan tarde porque no han tenido la disciplina, esa constancia, la perseverancia que hace falta para salir cada fin de semana a entrenar en sobremesas interminables, en definitiva, para cumplir a rajatabla con la preparación que requieren las carreras de fondo o los carnavales en la calle. Quedan veinte días para volver, por eso carpianos, radio y cúbito están dando un paso atrás, echándose a un lado para que la maraca se abra camino hacia la palma de la mano. Dentro de tres jueves estaremos en el carnaval de la calle, es ya, no queda nada. Yo soy más de irme al sur, pero me alegro por los carnavaleros.