Esta semana en España se abrieron los baúles de la intrahistoria visceral de un país dado como ningún otro a infligirse todo el daño del mundo aventando sus demonios familiares favoritos, como si autolesionarse con referencia al pasado más oscuro consistiera definitivamente en un hábito político arraigado cada vez que estamos camino de las urnas. Hay dos mantras totémicos que suelen copar las preferencias del debate intramuros cuando en la carrera de San Jerónimo se trata de armarla con palabras mayores y un pronto atroz: ETA y Franco.
Ambas avivaron el jueves tras dos días de Debate de la Nación un fuego que dormita y se atiza a voluntad cuando se busca el efecto pertinente: elevar la tensión con hogueras familiares y desenterrar las dos Españas. Españear camino de las elecciones. Hay un caldo de cultivo que lo favorece, con la inflación en su punto álgido para malhumorar los bolsillos de a pie, y la sombra de una ley que toca la fibra sensible de las dos orillas enconadas desde la guerra civil: la memoria histórica, democrática o como queramos llamarla. Al calor de esos rescoldos bulle un bipartidismo que recobra alas.
Metida en faena, España tiene motivos tanto para avergonzarse de algunas infamias de su pasado más sombrío (la guerra y ETA, en cabeza) como para sentirse orgullosa de hazañas como la Transición. Ciertos fantasmas llevaban medio siglo arrumbados en el arcón de los vestigios del cambio de régimen. Otros eran, incluso, anteriores, y algunos, los más recientes, simulaban no estar, aunque siguen tan vivos como el primer día.
Salvando las distancias, Canarias politicamente es un paraíso, cuyas aguas más turbias se adensan en un mar en calma, y convivimos sin el casus belli permanente de la politica española. Solo algún personalismo aislado distorsiona esa pax insular que permite hacer cábalas sobre alianzas de Gobierno en casi todas las direcciones.
Sánchez no es Draghi ni Boris Johnson, pero gobierna con el mismo telón de fondo de una pandemia y una guerra que culminan en una inflación desbocada a las puertas de una recesión. Y ese es el vivero de los golpes palaciegos del poder. La economía tumba gobiernos y las bombas, cuando empiezan a llover, no atienden a razones, se guían por acontecimientos inesperados, a riesgo de que una chispa inesperada provoque un incendio general. Ahora, Europa huye hacia adelante perseguida por la llama de la mecha hacia el tanque más próximo. Y ese fuego es la amenaza que corroe a los alemanes, huérfanos del liderazgo y temple de Merkel, y que acaba de hacer mella en Italia. Mario Draghi, el hombre tranquilo que hace diez años (26 de julio de 2012) desactivó la escalada de las primas de riesgo en Europa bajo la Gran Recesión con una sola frase durante una conferencia en Londres en calidad de presidente del Banco Central Europeo (“El BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente”), ahora no tiene palabras para tomar aliento pese a superar una moción de confianza en el Senado.
El caso español no es menos turbulento. Basta remitirnos al debate del jueves para la aprobación de la Ley de Memoria, donde los insultos se estrellaban en el techo como las balas de Tejero. El juego diabólico de este país es abrir la caja de Pandora de ETA y Franco contra los márgenes de la democracia y, encubiertamente, borrar el capítulo negro de la dictadura. El jueves, se alinearon los planetas y empezó en España la campaña electoral hacia el pasado. Con genuino proceder, Vox aliñó el retrato de Franco con atributos de paladín de la reconciliación nacional y hacia ahí van los derroteros de un sector de este país que siente nostalgia de los réditos de la guerra civil. No hace falta tener la edad de un testigo de aquellos hechos. Es la resaca de un método político denominado franquismo, como se puede imitar a Calígula sin haberlo conocido personalmente como hacía Trump. En italia, una mujer de 45 años, Georgia Meloni, lidera un partido euroescéptico de simpatias fascistas, que va en cabeza en las encuestas.
Conviene saber estas cosas. Porque la Europa que Putin anhela es esa. Y a lo tonto, a lo tonto, esas son las otras bombas de la guerra de Ucrania. Las que desestabilizan Alemania (podemos llamarla la Nord Stream 1), que una vez desengañada y hecha a la idea del corte definitivo del gas ruso, se adentra en el infierno de una austeridad draconiana y los peores presagios invernales con la calefacción restringida. Y las que siegan la hierba a Draghi librando al ruso de enemigos, entre los que la cabeza de Boris Johnson le ha supuesto un premio extra.
El caso español es particular. El Kremlin tenía adeptos en el procés, pero no en los partidos de ámbito nacional que se sepa, aunque todo se andará. Aquí son causas de consumo doméstico aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. El conflicto de Ucrania debilita a Sánchez y la inflación colosal que genera, tarde o temprano, con más o menos turismo, terminará desembocando en la recesión europea que lleva la marca de Putin como un trofeo de guerra. El colapso del grifo ruso (nos familiarizamos citando el bcm, la unidad de medida de los miles de millones de metros cúbicos de gas natural) hará que Europa viaje en bicicleta, sufra golpes de calor y pase frío en invierno. La guerra se hace europea y Putin no la está perdiendo, lo que ha perdido para siempre es la cordura y la humanidad.
En este clímax de nuevo hundimiento de barcos y almirantes, en España la idea de un nuevo ciclo ha excitado al PP y a Vox, que se sobreentienden condenados a gobernar juntos y anunciaron que en ese momento derogarán la demonizada Ley de Memoria Democrática.
Están por suceder aún unos cuantos hechos. Lavar la imagen de Franco es una misión que se arrogan las huestes de Abascal sin atisbo de pudor, y resucitar los estigmas de ETA (tarea más sencilla, por su proximidad en el tiempo) correspondería al PP de Feijóo, que lo considera un dogma de fe potente capaz de anular al resto de demonios. ¿A qué español no se le retuerce el alma recordando, 25 años después, que Txapote descerrajó dos tiros en la cabeza de Miguel Ángel Blanco y lo dejó con las manos atadas agonizando en un descampado. Podrá Bildu pedir una y mil veces perdón que no será olvidado.
Pero en España como en Colombia habrá que sellar un día la paz y ahora y siempre dejar a Franco en su sepultura sin pretender resucitarlo.