A pesar de lo que diga el Reque en un artículo en este mismo periódico dedicado a un tal Andrés Chávez (yo no soy, mi Chaves se escribe con ese), me reafirmo en que el baño de las cabras en el mar es una jediondada y una tradición bárbara. Me solidarizo plenamente con los elementos animalistas que me han dado la razón y aborrezco esa breve tradición portuense, que deja la playita del muelle hecha unos zorros, llena de mierda, y que causa estrés en los pobres animalitos. Las cabras –que tienen que estar en el monte, no en la playa— lo dejan todo perdido y repito que se trata de una tradición tan reciente como absurda. Los tiempos han cambiado, a los animales es preciso tratarlos con respeto y me da igual que Luis Diego Cuscoy y otros sabios se hayan referido a este tibio ritual con argumentos históricos. No todo lo tradicional es bueno. Tampoco quiero que vacas, bueyes y toros arrastren pesadas carretas en las romerías mientras otros se divierten. En un país civilizado esto sería otra aberración, imposible de imaginar. Claro, yo admito todas las opiniones, pero no voy a cambiar la mía, ni que otros adquieran fama a mi costa (soy muy apetecible para los críticos). Ya sé que a ustedes no les interesan polémicas periodísticas, sobre todo cuando estoy dando respuesta a un artículo muy local que seguramente no han leído. Da igual, lo sustancial es que el baño de las cabras en el muelle del Puerto de la Cruz es una atrocidad y puede ser constitutivo de maltrato animal. Y una jediondada. No pensaba contestar, pero es que hoy no tenía otro tema de qué escribir y al final piqué. No respetaron ni a las cabritas preñadas. Mejor celebren bailes de magos.