Supongo que el desocupado lector, que es muy inteligente, y también muy observador, habrá reparado en cómo el mago coloca en la bola del jeep, o de la furgona, en el gancho que tira del remolque, una pelota de tenis cortada por la mitad. No es que el mago tenga algo que ver con el tenis, ni que pretenda homenajear a Nadal adornando con una pelota amarilla la parte trasera de su vehículo. Pretende sobre todo proteger sus pantorrillas de los choques de sus patas con la bola a cerce, es decir sin protección. Por eso trinca una pelota de tenis, la corta con un cuchillo o con la misma radial –a veces se lleva medio dedo— y la coloca en la bola. También el amarillo sirve de faro al vehículo que circula detrás para que su conductor no se trague la bola, camuflada en la defensa del jeep del mago. Es decir, que el amarillo le advierte de la proximidad del hierro malvado. El mago no hace las cosas sin motivo, sino que sus actos responden a años de profunda reflexión. Hay algunas actitudes explicables y otras no, pero la mayoría de sus comportamientos tienen una poderosa razón de ser, aunque resulten incomprensibles para el común. Me contaba un traumatólogo que una vez acudió un mago a su consulta con un juanete horroroso. El galeno, tras el cojeras mostrarle el ñame, le pidió que le enseñara el otro pie, para comparar. A lo que el paciente se negó: “Perdone, doctor, pero no vengo preparado”, le dijo. Y es que sólo se había lavado y cortado las uñas del pie malo, sin pensar que el médico le haría descubrirse el otro. Las interminables uñas de los magos, vendidas por trocitos, como relicarios, podrían triunfar en la Internet.
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