Las comparaciones suelen ser, además de odiosas, injustas y algo tramposas; sin embargo, a veces ayudan a poner las cosas en su sitio, contribuyendo a situarlas y, de paso, permiten valorar cómo se hace algo a partir de cómo lo han hecho otros o cómo se ha hecho con otros. A las comparaciones les pasa lo que a la televisión, los coches o los cuchillos, depende del uso que se les dé pueden ser muy útiles o, caso contrario, intencionadamente tóxicas e incluso letales. Con este punto de partida, el recurso de buscar cómo les ha ido o les va a otras comunidades autónomas con esto o lo otro, para acto seguido airear cómo nos ha ido o va en nuestro caso, siempre se ha utilizado para sacar los colores a los gobiernos del momento, importando poco o nada siglas y colores. Y es que, ciertamente, siendo las comparaciones incómodas e hirientes, debe dosificarse su uso, siendo lo suyo un consumo responsable, moderado. También Cervantes nos recetó manejarlas con inteligencia y buena fe. Las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje son siempre odiosas -dejó dicho- y mal recibidas. Claro que a veces no queda otra. Hay ocasiones en las que, sin abusar de la herramienta, comparando situaciones podemos medir con algo más de precisión y juicio, por ejemplo, cómo está gestionándose por parte del Estado la transferencia en materia de Costas. A la espera de conocer qué resultado arrojará la comisión bilateral que se celebrará la próxima semana, la desgana con la que en Madrid están pilotando el proceso, durmiéndolo, así como la parsimonia con la que dieciocho meses después de anunciarse el traspaso siguen mareando la perdiz de las dotaciones, invitan poderosamente a echar un vistazo al jardín de los vecinos, para saber cómo les fue; y, cuando se tira de la experiencia de otros, los precedentes cuentan que Cataluña cerró el traspaso en 2007, un año después de aprobar su Estatuto, dotándose con 2.532 euros por kilómetro de litoral y cinco empleados por cada cien kilómetros de costa, lo que, traducido al dialecto local, nuestros 1.583 kilómetros de costa significarían contar setenta y cinco trabajadores, no más, tampoco menos. Por su parte, Andalucía recibió la competencia en 2011 saludablemente acompañada de dos millones de euros y sesenta y dos trabajadores. Cada región tiene sus cosas, también la nuestra. Canarias no debe exigir más, pero tampoco debe conformarse con lo que comparativamente nos corresponde atendiendo al mantenimiento que exige una casa en el mar con siete puertas. Las comparaciones suelen ser odiosas, y tendenciosas. No debe abusarse, hay que dosificar su uso; pero esta vez viene al caso, para poner al Estado frente al espejo de su desgana con un proceso de transferencia que debió rematarse hace meses.