Elibeth llegó a Tenerife hace dos años junto a su esposo y su hijo de 9 años. Venían desde Chile, a donde habían llegado a su vez desde Venezuela, país que abandonaron tanto por motivos económicos como políticos. Esta familia demandante de asilo es uno de los casos que llegó al programa que Provivienda gestiona en la capital y que está dirigido a familias en riesgo de exclusión, ayudándolas en el camino hacia una estabilidad que les permita tener un techo bajo el que vivir. Elibeth llegó hasta este recurso de la mano de Cáritas después de un tiempo viviendo en habitaciones de alquiler, casas de amigos e, incluso, de pasar una noche en la calle con su pequeño y su marido nada más llegar a la Isla.
Elibeth cuenta a DIARIO DE AVISOS cómo fue esa llegada, justo unos días antes de que el mundo se parase por culpa de la pandemia. “Nosotros llegamos a quedarnos en una habitación en Chío (Guía de Isora), y a los días de estar allí nos agarró la pandemia”. Relata que su intención era otra cuando llegaron, pero las cosas no salieron como esperaban. “Dimos un dinero para un piso, pero nos engañaron, perdimos ese dinero, y nos fuimos comiendo los ahorros. Con la COVID, cero trabajo, teníamos una situación muy complicada. Entramos por el régimen de solicitud de asilo de protección internacional, y desde esa fecha hasta hoy estamos con tarjeta roja en renovación constante, cada seis meses”, cuenta esta venezolana de 45 años.
Elibeth recuerda como si fuera ayer lo que pasaron en ese primer año en la isla. “De la habitación de Chío nos sacaron, y nos tocó pasar una noche en la calle. Los hoteles no nos recibían y no teníamos dónde ir. De ahí estuvimos de sala en sala durmiendo, en casa de conocidos, porque aquí no tenemos familia, hasta que llegamos a Cáritas con el pastor Pepe”. Y es que el cura de Añaza, como todo el mundo conoce al popular sacerdote José Hernández, como admite Elibeth “nos hizo un grandísimo favor en plena crisis”, un favor que no fue otra que “dejarnos alojar con mujeres africanas en un piso en Añaza”.
Allí ella y su familia pasaron un tiempo muy corto. “Era un recurso solo para mujeres, y yo estaba con mi esposo, era muy complicado. Gracias al Ayuntamiento, a través de mi trabajadora social me pusieron en contacto con Provivienda”.
En la entrevista con las trabajadoras sociales de Provivienda contó su historia. “Rompimos en llanto, mi esposo nunca había llorado, se quebró porque eran dos años en esta situación”. De esa entrevista salieron directos a un piso de emergencia, compartido.
Y las cosas empezaron a mejorar. “Nos hicieron un seguimiento fabuloso, donde te ponen metas, retos. A mí me decían que iba a salir enseguida porque yo con las tareas me monto muy rápido. Ya habíamos legalizado una serie de documentos, y conseguí trabajo, que era uno de los requisitos para salir de ese piso al otro en el que estamos ahora, donde ya nos encontramos independientes. Con el pasar de unos meses, al quinto mes mi esposo consiguió trabajo y hemos ido avanzando”, cuenta del tirón Elibeth que agradece la intervención de Provivienda. “Estoy superagradecida porque de cómo estaba yo, en cero, sin nadie que respondiera por nosotros, que levantara la mano por nosotros, ellos lo hicieron, y nos han llevado de la mano para tener esta independencia”.
Pero aunque Elibeth y su familia lleven dos años en Tenerife, ya suman el doble de tiempo fuera de su Venezuela natal. “Nosotros tenemos cuatro años fuera de Venezuela, estuvimos dos en Chile, y quien más sufrió fuera de Venezuela fue el niño. Nosotros nos adaptamos muy rápido, pero él lo pasó muy mal”, recuerda.
Los motivos de la salida fueron “en primer lugar por la inseguridad”, admite. “Somos un matrimonio de 30 años, con cuatro hijos, dos chicas en Chile, que fueron las que pude sacar primero, después salí yo y luego el varón se quedó, por temas económicos. Para aquí, para Europa, era muy caro todos juntos, así que lo más fácil del plan era saliendo de uno en uno a Chile, que es el que más estable económica y políticamente estaba hasta ese entonces”, explica.
Cuenta que su hija y su marido tuvieron un intento de secuestro. “Perdieron el vehículo, un carro del año, teníamos un pequeño emprendimiento familiar, todo muy estable, con la vida hecha, tu casa, tu jubilación, pero el tema de la inseguridad, el intento de secuestro, dos robos a mano armada, fue demasiado y nos animamos a salir”.
El otro motivo, el político, también influyó. “Mi esposo es activista. Se empezaron a recibir amenazas de grupos que comenzaron a armar en Venezuela, y allá la delincuencia la asocian con ajustes de cuentas, y no puedes hacer nada, si te matan dicen que fue por robo, pero no por un tema político”.
Tras tomar la decisión de salir, lo hicieron por separado. “Saqué a la mayor cuando terminó la universidad, después a la otra, y también salimos nosotros. Y el varón se quedó atrapado con todo esto”, cuenta. “Lo agarró la pandemia, y luego sacar el pasaporte es una odisea ; primero económica, y después que te lo entreguen. El ya no quiere salir, se quedó en Venezuela. Cuando nos tocó estar en la calle, él y ellas nos ayudaron con lo poco que nos podían mandar”, añade.
Cuando se le pregunta si quiere volver, cuenta Elibeth que, “al comienzo teníamos la idea de regresar, pero hoy en día mi esposo esta en la universidad, tiene un trabajo, y tengo un niño de 11 años al que no quiero condenar, quiero que se forme y se desarrolle. En Venezuela ahora todo es una visa y una referencia, sería condenarlo a una cárcel. Aquí queremos comprar una casa. La edad nos asusta, y no tener años cotizados, o una serie de referencias, pero nos gusta mucho, es lo más parecido al Caribe”, termina entre risas Elibeth.