Una amiga se va a Israel, con intención de darse unos baños en el Mar Muerto. Baños de sal y de barro. Ella sabrá. Visité hace años el Mar Muerto, que es un lago salado nutrido por el río Jordán, con cuya agua se bautiza a las infantas. Le he dicho a mi amiga que, al menos en la parte israelí, que es la que yo conozco, aquello es una cochinada. Yo no me atreví a bañarme, aunque todo el mundo me lo recomendaba, por las propiedades curativas de un enorme lago que está a 400 metros bajo el nivel del mar y que limita con Jordania, Israel y Cisjordania. No se puede nadar en él; se flota. De esos lodos y esas sales se fabrican cosméticos, singularmente en Egipto, que es el paraíso de los tratamientos de belleza. Menos el pelo, que lo trasplantan mejor en Turquía. Yo no he necesitado tal menester (el trasplante pilífero), pero visité una fábrica de perfumes en Egipto en la que te imitaban la fragancia que tú quisieras, hasta la de Eight and Bob, que según José Álvarez -Bounty- es el mejor perfume masculino del mundo. Se creó en homenaje a Robert Kennedy, paz descanse. Y luego están los peligros. Aunque ahora la cosa está tranquila, viajar a esa zona del mundo entraña ciertos riesgos, desde luego más en la costa cisjordana del Mar Muerto que en la parte jordana e israelí. En Cisjordania manda Hamás y reparte billetes de cien dólares como si fueran de cinco entre sus partidarios más aguerridos. Ya sé que he intranquilizado a mi amiga, pero yo le diría que se fuera a Sharm el Sheij, en Egipto, que al menos en este momento está muy bien, que dispone de hoteles maravillosos y que es un balneario de primera. Lo otro es más bien guarrilongo.