en la frontera

Regulación y economía

La regulación es necesaria siempre que se realice en un contexto de autonomía y con garantías de independencia. Junto a ello, mientras no se caiga en la cuenta de que el sistema debe ser protegido de los excesos y de la obsesión por el beneficio inmediato y exponencial, dejaremos abiertas las puertas a otra epidemia de codicia y avaricia como la que ha caracterizado los últimos años. Por eso, ese orden global que hoy es una realidad debe asentarse sobre la justicia, la racionalidad, el equilibrio y, sobre todo, la dignidad del ser humano y la centralidad de los derechos fundamentales de la persona.
Una mejor regulación de la actividad económica y financiera, a nivel global y en el espacio local es, a día de hoy, una necesidad urgente. La crisis ha puesto de manifiesto que ni el mercado se autorregula satisfactoriamente ni la intervención pública es la solución a todos los problemas. La cuestión reside en regular lo que hay que regular y garantizar que las instituciones de control, verificación, supervisión y vigilancia estén compuestas por profesionales de reconocido prestigio que puedan hacer con autonomía y objetividad su labor. No se trata de regular más, sino de regular mejor. La sobreregulación y la reregulación, hoy tan de moda en tantas partes del mundo, no hacen más que entorpecer la vitalidad y la iniciativa latente en muchos emprendimientos básicos para el mismo interés general. En efecto, las relaciones entre economía y derecho, o entre finanzas y derecho, deben ser estrechas y realizarse en el marco de la función propia que a cada ciencia social corresponde. No es que la economía o las finanzas sean más importantes que el derecho o que la regulación. No es ese el tema. Más bien, se trata de que el derecho y la regulación trabajen codo a codo con la economía y las finanzas, algo que a día de hoy dista de ser real porque mientras contemplamos la realidad de la globalización económica y financiera, la jurídica brilla, en términos generales, por su ausencia.
Hoy, el derecho y la regulación van tres o cuatro cuerpos por detrás de la economía y de las finanzas. Es decir, la eficiencia se realiza al margen de la justicia con las consecuencias que todos contemplamos a diario. Unas consecuencias que, además, han abierto las puertas al populismo que emerge de la indignación reinante.
En este contexto, lo que ha ocurrido es sencillamente que la economía y las finanzas se han erigido en ciencias superiores al derecho y a la regulación y han pretendido, en muchas ocasiones, utilizarlos a su servicio. Igual que en tantas oportunidades el poder político intenta domesticar al derecho y a la regulación convirtiendo a ambos en un aliado a la causa partidista, así también el poder económico y financiero pretende que el derecho y la regulación no sean más que los instrumentos idóneos para conseguir mayores beneficios en el más breve plazo de tiempo posible. Por eso, menester que el derecho y la regulación recuperen su función propia y se instalen efectivamente en la globalización, precisamente para garantizar unos intercambios de bienes y servicios más justos y más humanos.
El desprecio del derecho y de la regulación, o su conversión en instrumentos más de la racionalidad económica unilateral, es otra de las causas de una crisis que, siendo moral porque afecta a valores, lo es también del derecho, de la regulación, de la economía y de las finanzas. Unas ciencias sociales que deben volver al pensamiento, abierto, plural, dinámico y complementario en un marco de constante humanización de la realidad. De lo contrario, seguiremos en un ambiente en el que reina soberanamente el beneficio por el beneficio y el poder por el poder.

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