El vicio de sobreestimarse que caracteriza a quienes teniendo escasos conocimientos pontifican, sentencian o dan clases magistrales sobre cualquier asunto, hábito tan cansino como extendido, está empadronado en el síndrome de Dunning-Kruger. En bodas, ascensores, cafeterías, parlamentos, sobremesas de viernes, radios, cenas de antiguos alumnos del colegio, periódicos, nochebuenas, entierros, televisiones, reuniones de trabajo y otros escenarios donde los enterados se sienten como pez en el agua, esa gente que sabe de lo que sea, de cualquier cosa, incluso de las materias que requieren especialización o muchísima lectura, atiende al perfil que de ellos han hecho David Dunning y Justin Kruger, de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, retrato que verbalizan indicando que el sobrado, ese que no ha descubierto la dignidad de guardar silencio o la virtud de escuchar cuando no sabe de algo, da vida un principio según el cual el fallo del incompetente se debe a un error sobre sí mismo. El síndrome no es únicamente un problema para el entorno de quien lo protagoniza. Empeorándolo da pie a que se tomen decisiones erróneas sin que el sujeto, enterado, bocazas o sobrado, llegue a darse cuenta de su circunstancia. Ni que decir tiene, los que atienden al cuadro que definen Dunning y Kruger provocan picos o repuntes cuando algún acontecimiento monopoliza la atención de quienes los rodean, saltando sin despeinarse ni ponerse colorados de la macroeconomía a la física nuclear, y de ahí al fútbol, la política, la mecánica o, con agotadora furia durante esta ultima semana, explicando a los pobres mortales las entrañas, razones, tácticas, mensajes indescifrables y planes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Aquellos a los que el síndrome Dunning-Kruger tiene con una consideración de sí mismos tan alta como injustificada, profesores eméritos de la Universidad de Barraquito, se han pasado estos días explicando a sus víctimas las inquietudes en el flanco oriental o por el terrorismo en el Sahel, qué decir de las amenazas híbridas, los ciberataques, las presiones económicas o las tácticas globalizadas de desinformación y confusión. Los pesados han vivido su semana grande con la cumbre de la OTAN en Madrid, ciudad elegida por causas que, sobra decir, únicamente los enterados manejan. A estas alturas de viernes deben estar exhaustos, tanto o más que los servicios de inteligencia; un capítulo, este último, que también manejan con soltura. El fallo del incompetente se debe a un error sobre sí mismo, claro que sí, pero a ellos tanto les da. Afortunadamente ha terminado la Cumbre de la OTAN, con suerte los descritos por Dunning y Kruger se darán, y nos darán, unos días libres, un respiro.