superconfidencial

Caja de resonancia

Creo que les he contado que mi calle es una caja de resonancia. Todos los borrachos que transitan a altas horas por el Puerto de la Cruz pasan por debajo de mi ventana. Todos los chicos de los viajes colectivos de fin de curso que eligen la ciudad para su asueto pasan por debajo de mi ventana. Todos los que se pelean con los cajeros de La Caixa porque no les sueltan pasta se lamentan frente a mi ventana. Los cariñosos, que tratan al cajero como si fuera una querida, y los violentos, que los maltratan como vulgares gamberros. O sea, que yo me he convertido sin querer el receptor de noticias no deseadas por mí, porque también los habladores de móviles, que son legión, les cuentan a otros seres lejanos, de madrugada, lo que les ocurre, justo debajo de mi ventana. Mi calle se ha convertido en un confesionario, muy a mi pesar. Qué decir de los vándalos de los patinetes eléctricos y de esos artilugios con ruedas con los que hacen piruetas y rompen el mobiliario urbano. Todos ellos pasan por debajo de mi ventana y hacen sonar las alcantarillas. El probo conductor de autobuses acelera su guagua de madrugada, justo debajo de mi ventana; y el motorista de escape libre, que ejerce otro tipo de vandalismo, circula con entusiasmo por idéntico lugar. No me olvido del puto barriada tuneado, que pasea su concierto, y no precisamente de piano, debajo de mi ventana. Así que imaginarán que todo esto supone un complemento perfecto para mi ya legendario insomnio. Claro que el balcón tiene sus ventajas: te asomas a las 10 de la mañana y te enteras de lo que ha pasado en el Puerto, lo cual sería una bendición si a mí me importara un carajo lo que ocurriera en el pueblo.

TE PUEDE INTERESAR