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Cohetes

Ahora sabemos que uno de los modernos cohetes nucleares rusos puede llegar desde Kaliningrado, en cuatro minutos, a Barcelona; y en cinco a Madrid. Y en seis a la base norteamericana de Rota. Claro, hay escudos antimisiles en Europa, pero cuando en los medios de comunicación y en las redes se barajan estos datos, uno empieza a preocuparse. ¿Qué es lo que está pasando? Se trata de una nueva guerra fría, pero esta vez va mucho más en serio que la de los sesenta/setenta, sencillamente porque el poder destructivo es infinitamente mayor. El otro día, los Estados Unidos probaron un misil nuclear intercontinental de Boeing, con éxito. Hasta el gordinflón coreano posee armas de destrucción, que muchas veces fallan pero que alguna puede llegar a su destino. Uno teme que Putin se haya vuelto loco, que podamos volver otra vez a las manos de Trump, que Biden esté senil y que el gordo de Corea del Norte dispare del todo. ¿En manos de quiénes estamos? En cierta forma, en Canarias vivimos en una especie de paraíso; medio cutre, pero paraíso, porque con excepción de esporádicas arremetidas migratorias del moro, parecemos a salvo, hasta que algún loco de por ahí se acuerde de nosotros, claro. Entre la nueva guerra fría y el cambio climático -el pasado martes/noche diluvió en el Puerto de la Cruz y era 16 de agosto- no sabemos a qué atenernos. Parece como si nos hubiéramos trasladado a vivir a un país distinto al habitual, pero es el mismo. En fin, que se esperan cambios y no precisamente agradables; o al menos, desconocidos. Uno está que no vive y si añado todo esto a mi insomnio, apaga y vámonos. Llega un tiempo en que confundo la realidad con la ficción y a esto sí que no está uno acostumbrado.

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