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Cuando la oprobiosa

Antañazo, cuando la oprobiosa, si alguien quería desprestigiar al prójimo se usaba una frase que era irrefutable, contundente: “No, es que Fulano se mamó unas perritas”. Y el hombre, por más inocente que fuera, quedaba así marcado para toda la vida por culpa de las lenguas viperinas del entorno. Le pasó a mucha gente, aunque sería injusto negar que algunas veces era verdad y que el run-run tenía más razón que un santo. Conozco a más de media docena de personas decentes a las que la historia acusa de haberse mamado unas perritas. Oh, le pasó hasta al bueno de Antonio Cubillo con las lecheras. Pero, claro, Cubillo siempre lo negó, incluso creo recordar que en sus memorias; y a mí, cada vez que se lo preguntaba, eso sí, de coña. Mamarse unas perritas en la actualidad, sin embargo, no tiene demasiado reproche social sino en los periódicos, en los que todo se exagera y se mezcla malintencionadamente. La prueba la tienen en la trama andaluza, en la que no entiendo cómo tiene que ir a la cárcel Griñán y Chaves no. A veces los caminos de la justicia son inescrutables. Lo que yo deseo, de verdad, es que no pise la mazmorra ninguno de los dos, que eso nunca es muy agradable. Me manda Cristina Arroyo relación exacta de lo que su familia, incluido mi pariente don Andrés, su abuelo, legó para el monumento a Franco, que quieren derribar. Un capital, 11.000 pesetas de la época, con las que se podía comprar una casa en 1964. Yo me acuerdo de cuando fui a la inauguración de ese monumento, vestido de flecha, y seguramente habré cantado el Cara el Sol, que era todavía número uno en el hit-parade. Tengo que tener cuidado porque a lo mejor me empuran por contar estas cosas.

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