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Daños colaterales

Como consecuencia de lo que les conté ayer, una avería en mi ordenador por pulsar una tecla, confundido –deben ser los años— por Google, un amigo se pasó la tarde del sábado en mi casa, abandonando sus responsabilidades familiares por mi culpa. Ni siquiera él, que es un experto en esas salsas, pudo reconciliarme con el ordenata, así que les escribo desde un portátil. El lance, engorroso y cabreante, me sirvió para liberar la superficie de la mesa de mi escritorio de objetos inútiles y para ordenar un poco el espacio, más concretamente para racionalizarlo. González-Ruano escribió un libro, me parece, sobre los objetos inútiles que uno guarda en casa y para esto soy yo el campeón. He llegado a tener cientos de cosas inservibles, que ahora se las paso a mi hermano, que las acoge con gran entusiasmo, aunque sea una bolsa de un supermercado. Paco Padrón llegó a tener en su despacho de Radio Club un voluminoso saco de cartas sin abrir, incluyendo pólizas bancarias, tarjetas de crédito y avisos de Hacienda, cuando no habían parido aún las cartas negras. Mi hermano tiene la misma cantidad de sobres que Paco, pero todos abiertos. Los guarda, porque le da pena tirarlos a la basura. Tiene sentimientos humanos hacia el papel. Lo de este fin de semana en mi mesa de trabajo resultaron ser daños colaterales para objetos inservibles, pero al final para bien, porque hasta me deshice de un molesto cubremesas que llevaba años jodiéndome, y no sé por qué. Total, que hasta que se solucione la avería, si es que se soluciona (y todo porque yo me olvidé de una clave de acceso), pues les escribo desde un portátil, al que he incorporado ratón y teclado porque ya les dije que no soportaba la blanda estructura de esas miniaturas.

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