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Editorial | Cien años de solemnidad

Para entender la proyección de nuestra marca exterior, un considerable acicate económico y una fuente generadora de motivación social hay que acudir siempre al CD Tenerife
EDITORIAL | Cien años de solemnidad

El lugar que ocupa el Tenerife en el corazón de esta sociedad es, sin duda, uno de los más relevantes del imaginario colectivo. No abundan detonantes con suficiente poder de convocatoria que desaten una manifestación tal de pasión como logra, a cada prueba de fuego, el Club Deportivo Tenerife. Las sucesivas generaciones que han crecido al calor de estos cien años de historia del club que hoy se conmemoran son, han sido testigos del fenómeno que acompaña a la trayectoria de la entidad futbolística que lleva el nombre de la Isla. También el Tenerife ha sido y es mucho más que un club, y en su caso puede alardear con orgullo de haber despertado simpatías más allá de nuestras latitudes insulares y nacionales, cuando su nombre era sinónimo de gesta y contaba con admiradores en medio mundo. La anécdota de este centenario es Kissinger preguntando en EE.UU. a un dirigente empresarial de la Isla por el Tenerife, el equipo en el que jugaba Redondo.

Pocas causas son capaces de movilizar y aglutinar a todo un pueblo bajo un mismo objetivo como un ascenso del Tenerife o un desafío crucial en la competición. A lo largo de cien años esa conexión social del equipo y el club con la isla se ha visto plasmada en innumerables ocasiones. El Tenerife de Javier Pérez y de Rommel Fernández ha sido históricamente una institución que trasciende lo deportivo, porque atesora un siglo de memoria sentimental y de hazañas que jalonan algunos de los grandes hitos alcanzados por esta tierra en ese marco temporal. El siglo XX y lo que va del siglo XXI tienen en este club un faro de referencia. Para entender la proyección de nuestra marca exterior, un considerable acicate económico y una de las fuentes principales generadoras de motivación social habrá que acudir siempre al Tenerife, como dinamo de proyectos deportivos exitosos vividos en la Isla y de los estados de ánimo más estimulantes que se recuerdan.

La mejor historia blanquiazul registra en 1953 el primer ascenso a la categoría nacional, que ocho años más tarde se convierte en el salto por primera vez al máximo rango del fútbol español de la mano de un mítico equipo marcado por la identidad de una plantilla mayoritariamente canaria.

Tras años deambulando por la Tercera División, llega otra fecha clave: la del ascenso de 1983, cuando, tras cinco temporadas en la recién nacida segunda B, es el momento de recuperar una plaza en Segunda División. Seis años después, de la mano de Benito Joanet, el Tenerife regresaría brillantemente a Primera en una emocionante y sufrida promoción con el Real Betis.

Se inicia, sin duda, entonces la etapa más gloriosa del club, consolidando una plaza en Primera, convirtiéndose en el verdugo histórico de un Real Madrid que se dejó dos ligas en el Rodríguez López y fue eliminado en la Copa del Rey por el Tenerife de Jorge Valdano y Ángel Cappa.

Aquel Tenerife ya era reconocido y tenido en cuenta en una Europa que visitó por primera vez para eliminar al Auxerre y al Olympiakos y llegar a un duelo ante la Juventus en el que los blanquiazules cayeron no sin antes hacer doblar la rodilla del gigante turinés en el Rodríguez López (2-1).

La segunda aparición continental que acabó con la eliminación del Tenerife ante el Schalke 04, en semifinales de la segunda gran competición europea, dio paso a un posterior descenso y un realumbramiento blanquiazul para regresar a Primera en 2001 peleando contra gigantes como Betis, Sevilla y Atlético de Madrid, que permanecería otro año en el destierro, lejos de la élite.

El último ascenso, el de 2009, no tuvo continuidad y el equipo regresó a Segunda, de donde ha tenido dos oportunidades de salir. El Tenerife celebra su centenario en Segunda, pero su sentimiento es de Primera.

Al cabo de cien años, la historia no pesa, sino se yergue como la proa de una nave diestra en travesías que se sabe sólida y estable. Es indudable que no ha sido un camino de rosas y que en los momentos más críticos estuvo en peligro la supervivencia del club. Pero superados los mayores escollos, este Tenerife es una entidad que viene de acariciar la posibilidad de retornar a Primera y que hace, por tanto, planes de esa talla, lejos del conformismo de tiempos más precarios en los que todas las metas razonables se reducían a la mera consolación de la permanencia.

Ahora, la Isla y el club recobran la conciencia de la importancia social y económica de volver a estar en la máxima categoría, donde se inscriben sus mayores logros que habitan la memoria de todos nosotros. Los puestos altos en la clasificación de la mejor liga del mundo en los años 90, la grandeza jerárquica de tutear a los Madrid y Barça en el campeonato y la Copa del Rey. Y el bautizo y consagración en la Copa de la UEFA con Valdano y Heinckes. De Javier Pérez a Miguel Concepción -el presidente decano- y el resto de dirigentes que han liderado estos cien años, cabe extraer una lección, que no es solo de fútbol, sino también de vida: los éxitos son fruto del amor, el trabajo y la ambición. Amor a unos colores. Trabajo por un equipo y una isla. Y ambición por estar entre los grandes. Solo cuando los sueños dan vértigo merecen la pena.

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