después del paréntesis

El cementerio

Javier Jara es madrileño y tiene 57 años. Su vida no es excepcional, si tomamos la palabra por lo que por lo común significa: que no es un famoso, un asesino o un violador, etc. Aunque otra cosa diríamos si asumimos aquello por lo que su alma reacciona con fruición: el cementerio civil de Madrid. Ese territorio se ha convertido para él en su casa paraíso. Y de ese modo lo confirma: “el cementerio me da la vida”. Por eso acude cada semana tres o cuatro veces al recinto. Y de ese modo ha ocurrido desde hace más de treinta años. De modo que Javier Jara conoce y reconoce todos los rincones de ese campo santo, sabe de todos los secretos que guardan sus lápidas y de todos los sigilos de sus calles. De manera que puede enumerar a todos los muertos sublimes que allí se precisan, de los grandes escritores (Pío Baroja), políticos (Largo Caballero), empresarios y demás admirados de su tiempo (la aclamada en los periódicos Maravillas Leal que se suicidó a los 18 años), eso y las tumbas más sencillas y anónimas. Acaso así ocurre porque la muerte jalonó su vida. Se llamó Bárbara Herold. Era una alemana que llegó a Madrid en los años 80. Él era DJ entonces en una discoteca de su ciudad. Vio a la pelirroja, se prendó de ella, la siguió, le costó ligársela pero ocurrió. Se convirtió en su mujer y es la madre de sus dos hijos. En el año 2005 un aneurisma celebrar la mató aún joven. ¿Qué hacer con sus restos? La cremación. Las cenizas se esparcieron por la Alemania natal de la chica, los parques y los jardines que amaron y compartieron y… Un designio conjetural de la naturaleza próvida del amante del cementerio: en sus profundos recorridos por el lugar, en sus precisas instrucciones, una tumba abandonada, perdida y machacada por el tiempo hasta la casi la extinción. La conciencia de Javier Jara se puso de manifiesto: en el cementerio no hay misterios; se acumulan los cuerpos muertos. Así es que esa tumba es una tumba habitada y con identidad. Porfió, buscó, encontró: la tumba de un matrimonio que se quiso mientras vivió y que terminaron juntos descansando en ese lugar. Hoy esa tumba tiene los nombres correspondientes grabados en mármol; hoy esa tumba reluce con flores permanentes que Javier Jara y sus hijos incorporan cada semana. Porque allí, sobre la losa que ahora la decora y se puede contemplar, descansan partes de las cenizas de la amada Bárbara Herold que tanto él como sus descendientes recuerdan con primor. Cementerio, el territorio entre la vida y la muerte hasta la expurgación.

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