por quÉ no me callo

El imperio de los necios

Con los calores de ferragosto hemos viajado en el tiempo y en el espacio, intercambiado lugares y suplantado paisajes imaginarios de una geografía que se imita en tiempos de uniformidad y confusión. Amén de mentes calenturientas por doquier. En esta olimpiada de cataclismos, se registran récords de calor con incendios inéditos. La nueva plaga de esta serie (olas de COVID y de canícula, de la mano) era una crisis energética en el momento climático más critico. Toca negociar una tregua con el azar, ya que no parece viable con el zar de la guerra. Que vengan las providencias a salvarnos de los “imbéciles con poder”, como llama el paleontólogo de Atapuerca Eudald Carbonell a la versión actual del Homo sapiens. Es una idea que también manejaba Umberto Eco, que alertó sobre la “invasión de los necios” con la hegemonía de Internet.

Refugiados en nuestro círculo íntimo, se ve un mundo pequeñito, la ciudad, el barrio, como si todas ya fueran la calle del mundo. El Toscal se reencarna en la Habana Vieja, lo que hubiera suscrito en vida su cronista Eusebio Leal, buen amigo de Canarias que nos daba siempre la bienvenida a su aldea de palacios en ruina, como si fuera Alejo Carpentier dando cuenta al huésped de lo real maravilloso de la capital histórica.

Vivo cerca de estas calles que el actor William Levy engalana de banderas cubanas, con su relicario de coches americanos de los cincuenta, los almendrones, y un mercado con sabor antillano. Qué lástima da comprobar que un día no lejano olvidamos a América por un interesado amor a Europa, que precisamente ahora quiere volver a tender puentes con la otra orilla, celosa de la influencia seductora de los chinos y los rusos.

Recorriendo Lima, uno llega a sentir una emulación isleña que no es propia del Atlántico sino del Pacífico, como si los vasos comunicantes entre aquel mundo y las Islas fueran continentales. Ahora ha venido un congresista de Puno (Perú), donde la Virgen también es la Candelaria. Una escena me sobresalta, quince años después (se cumplen esta semana), el terremoto que viví en Ica (Perú): fue un apagón de los cielos y de la tierra, una imagen premonitoria tan actual (“¡Es el fin del mundo!”, gritaba alguien a nuestro lado a oscuras). Ahora discutimos del apagón a causa del caos energético. En Cuba los apagones eran frecuentes y exasperantes. Como más tarde en Venezuela, donde sentí lo que es caminar bañado en sudor bajo una lluvia de calor.

Las olas de calor se han convertido en una pesadilla corriente en todos los puntos cardinales. Eleni Myrivilli, en Atenas, es la primera concejala del Calor de Europa. Ahora es tema de conversación universal este verano en que hemos visto a los ingleses apodando al Támesis como si estuvieran en Tenerife y a París preparándose para vivir a 50 grados. Es el gran domo de calor, el sombrero de aire caliente sobre nuestras cabezas. El biólogo Fernando Valladares ha sentenciado: “Este puede ser el verano más fresco del resto de nuestras vidas”.

La situación se agrava con la crisis energética por la invasión rusa de Ucrania, ante el temor de que el sátrapa ruso pise la manguera del gas para asfixiar a su odiada Europa. Y ha cambiado nuestro modelo de vida, obligando a restringir el consumo eléctrico privado y acaso pronto el industrial, como ya hacen en China. Allí han parado las fábricas en varias regiones para preservar la electricidad bajo la peor ola de calor del gigante asiático en seis décadas. Han dado el paso que más inquieta a Europa.

lima, la habana, caracas

El síndrome de pobreza que entrañaban los apagones en La Habana y Caracas eran un mal endémico de la América Latina menesterosa y ahora vemos que es un problema global, desde que hace un par de años sabemos en qué momento (no solo la Lima de Vargas Llosa) se jodió el mundo. Y salieron al trote todos los jinetes del Apocalipsis. A la pandemia se fueron sumando la inflación, las olas de calor, los incendios, la sequía y la monumental crisis energética por la guerra que ya dura casi seis meses. Los chinos (como antes los ingleses, españoles, franceses o alemanes) llevan más de 60 días abrasados, como nunca antes en medio siglo. Devastada su producción hidroeléctrica, han vuelto al carbón. Obtener energía se ha convertido en todas partes en una emergencia sin precedentes. ¡La guerra del agua!, presagiábamos. Ya está aquí la guerra energética. La escasez de agua mutila los cultivos y la ganadería. La gran economía fruto del esplendor tecnológico dobla la rodilla porque no llueve, como si se hubiera cerrado el cielo y el infierno hubiera abierto las puertas liberando furiosas olas de calor. Hemos vuelto a lamentar los problemas más elementales. La sequía ha dejado al descubierto construcciones arqueológicas que antes cubría el agua.

Comparativamente, en Canarias, donde las calles nos traen nostalgias de América, las pateras recuerdan a África y los turistas a Europa, nos podemos dar con un canto en el pecho, sobrellevando estas ocasionales oleadas tórridas soportables. El paraíso se resiste a claudicar. Durará lo que tarde el cambio climático en inundar nuestras playas. ¿Dejaremos de gozar de una fama solar indulgente y el turista fruncirá el ceño? Los presidentes todavía disfrutan las vacaciones en La Mareta, pero nada garantiza que así sea siempre. Madrid olía esta semana a humo por la vecindad de los incendios ibéricos. Hemos visto las imágenes del tren en llamas de Bejís y la desesperación de los pasajeros huyendo como de una trampa mortal. No son escenas de un verano bucólico. El clima había sido previsible y apenas variable durante los últimos 10.000 años. Es la fábula de Esopo, Pedro y el lobo. El lobo climático ya está aquí.

Longeva e inagotable, Gina Lollobrigida anuncia que se presentará a las elecciones en Italia por un partido antisistema y euroescéptico. Una de las nuevas costumbres es rebelarse al paso del tiempo, con la vuelta de los mitos faraónicos a la palestra y la política. La regeneración fue una moda efímera. El papa, que acaba de bendecirnos el centenario birria en el Vaticano, es una excepción y medita irse por los achaques físicos de la edad. El mundo entero envejece, no solo España. El planeta sufre estragos que recuerdan a un anciano con dificultades para respirar. Y unos cuantos desalmados juegan a la guerra. Son los poderosos imbéciles de los que antes hablábamos. ¿Tiene alguien más la sensación de que la inteligencia se dio a la fuga y nos dejó solos ante el imperio de estos necios?

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