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El otro Jonás

Hay otro Jonás. Michael Packard, buzo experimentado, nadaba plácidamente en la costa de Cape Cod, en Massachusetts, que estas cosas sólo ocurren en los Estados Unidos, cuando se vio inmerso en una gran oscuridad. Se le acababa el aire, tocó en las paredes de la estancia improvisada y vio que aquello no era una cueva, sino que parecía la boca de un enorme pez. Creyó al principio que se lo había tragado un tiburón, que son frecuentes en aquellos mares, pero se dio cuenta de que no lo había mordido, ni había rozado con ningún objeto afilado, como un diente, así que como experto buceador concluyó que había sido engullido por una ballena. No sé si se acordaría de Jonás, el de la Biblia, que estuvo cierto tiempo alojado, y gratis, en las entrañas de un enorme cetáceo. Lo cierto es que la ballena, cuando se hartó de darle vueltas a Packard en su estómago, como un chicle en las fauces de Ancelotti, fue lanzado al exterior por la ballena, eso sí, babado a tope, instantes después de haber sido engullido. Fue una ballena jorobada la autora del banquete, pero parece que a Michael Packard le olían los sobaquillos, o quizá otra cosa, porque el animal no terminó por cogerle el gusto del todo, así que se libró de su presa y lo lanzó como un escupitajo, cerca de la arena. Las carreras de aquel hombre fueron de aúpa. Con las patas en el culo, aunque un fuerte dolor le hizo reparar en que tenía dañada una pierna: con el ajetreo y el centrifugado de la jorobada se le quebró la tibia. Bueno, pues tuvo que huir a la pata coja. Dicen las crónicas que llegan de allá que la historia es real y que Packard es hombre serio. Serio y cojo.

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