superconfidencial

El piano

Recuerdo a un amigo que, queriendo conquistar a una novia ya conquistada, le subió un piano a su casa, un cuarto piso, con poca ayuda; y consiguió meterlo en su casa. Era un regalo. Aquel suceso fue objeto de chanza entre los amigos porque el tío en cuestión era, además, bastante conocido y su presunta novia, también. Tantas veces hemos perdido la cabeza por un amor de verano. Pero, hombre, hasta el punto de comprar y cargar un piano, no muchos creo yo. Aquel noviazgo se rompió, si es que comenzó, pero los sudores de mi amigo necesitaron de un garrafón de quince litros para pasarlos a la historia. El verano era, en mis tiempos mozos, la típica estación para amores efímeros, amores de infancia y amores de juventud; para todos los amores. Pero ahora para mí el verano pasa muy rápido, sin tiempo para darme cuenta de que un verano menos es una tragedia. Y como la pandemia varió mis hábitos, pues disfruto menos de esta estación, en la que antañazo no paraba: baño y músculo en San Telmo, algo de culturilla ligera, alguna iniciativa lúdica, lote en La Paleta, un bar en el que servía una china, discoteca y pedo nocturno, con alguna escapada a otro bar subido de tono, regido por una belga, a la que le perdí pronto la pista, pero que se pasaba la noche suspirando y diciendo, en alemán, “Ay, mi madre”. Le tomé cariño a aquella barwoman. Era un tiempo divertido, por lo variado y porque mi novia de entonces era muy guapa y yo estaba muy enamorado. Amor efímero de verano, pero no por ello olvidado. Trajinábamos en la trasera oscura de la ermita de San Telmo, hasta que la autoridad colocó allí una bombilla. Naturalmente, la lámpara sucumbió a nuestras pedradas.

TE PUEDE INTERESAR