Julio dejó un incendio, un crimen machista, la inflación por las nubes pese al crecimiento del empleo y el PIB; dejó también el calor que heredamos por ferragosto, y la guerra, la pandemia, la viruela del mono, por supuesto. Dejó esa metáfora apóstata de los atuendos oficialistas y Sánchez nos quitó la corbata como nos quitó la mascarilla.
El mes se fue con pena y sin gloria. El mundo no cambia en cuatro semanas, pero arrastramos la costumbre de eternizar los problemas y llenar la mochila de nuevos reveses y meses que se quedan con nosotros. Ahora las olas de calor se encadenan y eso se lo debemos a julio, que ha sido fiel al guion. Hartos de esta pesadilla, se entiende el fenómeno social de tirar la casa por la ventana. El consumo se dispara y la gente se entrega al dispendio con los ahorros del coronavirus sin temor a la recesión que se aproxima. En otras circunstancias, el personal se contendría viéndolas venir, por si las vacas flacas duran más de la cuenta. Los economistas se han quedado perplejos ante la reacción del ciudadano de hacer oídos sordos a los agoreros. La recesión no asusta. Se siguen vendiendo casas con hipotecas más caras y los aeropuertos son falansterios de todas las nacionalidades. Pese a este pandemónium, el turismo está a cien por hora después del turismo cero: antes de la desgracia, la gracia. Vivir al día, sin dilación. El mañana quedó abolido, se restablece el carpe diem y el dolce far niente consustancial a agosto. Hemos visto las orejas al lobo tantas veces en tan poco tiempo, que nos hemos transformado en unos supervivientes. Y al que regresa del infierno, lo menos que le apetece es apretarse el cinturón. Así la inflación le quite el sueño a Christine Lagarde, la presidenta del BCE, la mujer del fular.
Julio ha sido un mes desaforado. La cumbre de la OTAN en Madrid avisó del polvorín del Sahel en este flanco sur. Ese tsunami viene caminando y Canarias sabe de lo que se habla. La nuestra no es la ruta de la seda. Hemos visto caer en el mismo mes a los primeros ministros de dos países del entorno. Y con la dimisión de Boris Johnson y Draghi se escuchaban las risitas de Putin, que es el ogro de la pospandemia, el virus hecho hombre, el Hades del inframundo rampante. Un mes contra viento y marea, de olas de calor y armas tomar. El debate del estado de la nación desempolvó a ETA y a Franco. En el Parlamento canario dos diputados pidieron tapar las vergüenzas de los lienzos de la Conquista. Así pasen cinco siglos, siguen abiertas las heridas. Por las calles de Santa Cruz vimos desfilar a unos chicharreros disfrazados de ingleses, con los rostros abatidos. Tampoco se olvida el ataque y derrota de Nelson 225 años después. Solo la sonrisa de Óscar Domínguez a color descubierta en el desván de la historia nos reconcilió con la pátina del tiempo. Y las mediciones del EGM y Comscore, situando a este diario en lo alto del podio de la audiencia regional, corroboran que 132 años después, en tiempos de paz o en tiempos de guerra, seguimos al pie del cañón.