tribuna

La guerra de Biden

Un artículo de La Vanguardia, titulado La guerra de Biden, termina diciendo que los informes de militares y políticos que se muestran en las televisiones americanas tienen un aire propagandístico. “Al fin Estados Unidos no está en un bando, es el bando: el bando de los buenos”. ¿Qué ha pasado para que esto sea así y nadie, desde el panorama español, que es el que me interesa, no lo cuestione? Seguramente todo está en la inexplicable fascinación que el presidente demócrata ejerció sobre la izquierda de nuestro país, a partir del día en que fue elegido; algo parecido a la conjunción planetaria de Leire Pajín en los tiempos de Obama. La situación de los del otro lado del Atlántico es privilegiada. Al contrario de Europa disfrutan de autosuficiencia energética y meten más dinero que ninguno en un conflicto que les ayuda a volver a ser los líderes en un mundo amenazado por las crisis y por los cambios obligados por el acoso del clima, de las pandemias y de la desigualdad. En esta situación el debate se reduce a algo tan sencillo como la guerra, lo que puede ser denominado, sin lugar a dudas, como la madre de todas las batallas. Los pacifistas europeos se han tenido que tragar el aumento de presencia militar en los contingentes de la OTAN y el incremento del gasto consiguiente en los presupuestos de los estados miembros. Y esto se ha hecho en un ambiente de protesta moderada, de mal menor, de sacrificio justificado en nombre de conceptos sacrosantos. La pregunta es si en lugar de Biden hubiera estado Donald Trump a la cabeza esa unanimidad habría sido la misma. Permítanme que lo dude. Evidentemente la propaganda es un componente importante en cualquier confrontación militar. El país se inunda de carteles con el tío Sam señalándote con el dedo y diciendo “I want you”, y Hollywood hace su agosto produciendo películas que terminan con la marcha de los marines. Hay propaganda por todas partes: propaganda en Moscú, propaganda en Kiev y propaganda en Washington. Aquí, por nuestras tierras solo hay lamentos, si exceptuamos a las actuaciones heroicas de la ONG de José Andrés. A nosotros nos ha tocado bailar con la más fea. El euro ha bajado frente al dólar y estamos a punto de entrar en recesión. Nos conformamos diciendo que la inflación tiene su primera causa en la guerra, y en EE.UU. la llaman la inflación de Putin, igual que aquí. ¿Qué es lo que nos hace sentirnos tan felices en medio de la desgracia? Me niego a creer que sea debido a la imagen de un anciano que no quiere bajarse de la bicicleta. Hace tiempo que sé que las guerras no sirven para nada. Al menos para lo que dicen que sirven. Corea acabó con el paralelo 38, Vietnam con el triunfo del comunismo, los Balcanes con la soberanía de cada país tal y como estaba, Afganistán con el retorno de los talibanes, Irak con los palacios reconstruidos, y las Malvinas con el eterno llanto de los argentinos y el fortalecimiento del peronismo. Al final todo igual, salvo unas balas menos, unos barcos, unos aviones y unos misiles que habrá que reponer para que se recupere la industria armamentística. El mundo está muy mal repartido, dicen algunos, pero yo creo que los equilibrios globales de la economía tienen sus patas interrelacionadas, y si un sector entra en crisis acaba afectando a todos los demás. Por eso hay que reparar la vía de agua para resolver el problema, a pesar de que se lleve algunas vidas por delante. Al final no son tantas. Más mueren en las carreteras los fines de semana. Nosotros no lo entendemos y nos escandaliza, pero las cosas son así.

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