superconfidencial

Pesado

Antañazo, cuando hablaba por teléfono con alguien, notaba enseguida al pesado que se quería enrollar. Ahora noto que el pesado soy yo, alargando las conversaciones innecesariamente, algo propio del que no tiene nada que hacer. La vejez es un estado deplorable, por más que los viejos queramos demostrar todo lo contrario. Los viejos nos volvemos plomos por necesidad de matar el tiempo al mismo tiempo que morimos nosotros. Noto que la gente empieza a huirme y eso no me gusta, incluso hay quien no me coge el teléfono, aunque yo creo que esto último responde a la idea de que pueda tratarse de un sablazo. Hay sablistas que acechan en las esquinas. Una vez uno muy famoso, que trabajaba en el Cabildo, llamado Alfonso, me sacó 25.000 pesetas casi sin enterarme, 25.000 pesetas de entonces, hasta que alguien me advirtió que tuviera cuidado. No lo tuve y el tío se murió sin pagármelas. Tuvo una gran habilidad para darme el sablazo, me las pidió como si nada y yo le extendí un cheque. Se trataba de una técnica sencilla y sofisticada a la vez. Todos hemos pasado por dificultades en la vida, yo el primero, pero hay sablistas profesionales cuyas andanzas traspasan los límites del apuro puntual. Leyendo el libro del profesor tinerfeño Álvaro Santana Acuña sobre García Márquez, editado en México, uno se da cuenta de las penurias por las que pasa un escritor en sus comienzos. Vivir de esto es difícil, muy difícil, porque llega un momento en que nadie te entiende, ni te ayuda un carajo. Tienes que ganar el Nobel para hacerte millonario con la escritura y este premio está reservado a los elegidos. Bueno, o el Cervantes, un suponer. Por eso digo que a mí ya no me cogen el teléfono por plomo. O por lo otro.

TE PUEDE INTERESAR