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Radial

Estoy por ir al edificio de enfrente y coger por el cogote al que maneja la radial doce horas al día, reformando un apartamento. La vida se hace insoportable al son de la radial del puto mago, que ni siquiera almuerza el muy cabrón. La radial tiene propiedades adictivas, en manos del mago y más del mago constructor que trabaja de ajuste que le dicen. Desde las ocho de la mañana a las cinco de la tarde, ese instrumento no para de aserrar nadie sabe qué; y yo, más desasosegado e inquieto que San Agustín, tengo la cabeza como el bombo de Los Gofiones. Ya no puedo más, agosto ha sido el mes de la radial y yo danzando a su son, cual Franco Battiato, paz descanse, o como los Danzones de Barbarito Diez, como le decían los cubanos, que quitaban el acento al apellido del propio Barbarito, Dios lo haya acogido, para convertirlo en guarismo. Cuando crees que se ha detenido, al cabo ruge de nuevo la radial con más ímpetu y, sobre todo, con más ruido. Si pongo la música alta para combatirla termino más loco de la cabeza, expresión esta que me gusta porque reitera: uno no puede estar loco de otro lugar que no sea de la cabeza, porque no va a estar uno loco de las nalgas; bueno, al menos yo no. Cuando escribo escucho de fondo el maldito ruido de la radial, herramienta que debería estar prohibida por ley, tantas leyes inútiles que se dictan en España. Sería oportuna la norma, al menos en agosto, mes en el que uno no desea sino sosiego. Y lo peor es que no puedo verle la cara al mago porque permanece escondido entre el propio polvo que levanta el rozamiento. Así que mi odio es un odio hacia alguien sin rostro.

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