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Sanna Marin

Intuyo, como tanta gente, que la campaña difamatoria contra la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, viene de Rusia. De Putin. No soporta el ruso que Finlandia haya pedido la adhesión a la OTAN y ha apuntado a la fama de su primera ministra, que es una mujer de 36 años y una líder en su país. Un video en la que Sanna se divertía con sus amigos provocó que, para acallar rumores falsos de que estaba bajo el efecto de las drogas, se viera obligada a someterse a un test, que naturalmente dio resultado negativo. Es decir, que se vulneró por completo su libertad, su derecho a divertirse, su privacidad y se le aplicó con rigor la brutal máxima romana de que la mujer del César no solo tiene que ser honrada sino parecerlo. Y esto, en pleno siglo XXI y en un país plenamente democrático como es Finlandia, y en el primer mundo que es Europa, me parece inadmisible. Sanna Marin probablemente saldrá reforzada de todo este embrollo, pero con los rusos nunca se sabe. Putin envenena a sus rivales con polonio e intenta desacreditar a otros en las redes sociales inventándose historias raras y falsificando hechos absolutamente normales. No hay derecho a lo que le están haciendo a esta mujer, que probablemente es la primera ministra más joven del mundo. Y que merece respeto. También se han lanzado otros rumores: que bailaba con un hombre que no era su marido. Lo que faltaba, Putin dicta la obligatoriedad universal de bailar con los esposos, como los talibanes, si es que esta gentuza permite el baile, que creo que tampoco. Mi admiración por Sanna Marin y por su comportamiento personal y público, que me parece impecable. Mi repulsa a los totalitarismos, sean del cariz que sean. Ya está bien; que dejen a la gente en paz.

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