La separación entre lo verdaderamente bueno y lo políticamente correcto manifiesta la profunda fractura que ha producido en la vida social la consideración unilateral de la razón técnica. Entre otras razones, porque es prácticamente imposible la neutralidad moral en la ordenación de la vida pública. Lo estamos viviendo, y sufriendo, a diario, especialmente en tiempos de pandemia. Por eso, es necesario que se humanice la razón técnica y la razón política como consecuencia del despertar de las iniciativas e impulsos vitales de las personas, cada vez más necesarios tras la crisis de COVID-19.
La denominada “posmodernidad” ha fracasado si nos atenemos a la incidencia de los avances científicos y técnicos en la calidad de vida de la mayoría de los habitantes del planeta. La pandemia lo ha dejado al descubierto de forma incontestable. Me parece que la manifestación de ese fracaso es su expresión profundamente antihumanista marcada por la renuncia sistemática a los grandes ideales, por el conformismo y, sobre todo por la adicción al consumismo insolidario. El imperialismo de la técnica, que desprecia el humanismo y las humanidades, ha ido, poco a poco, socavando los fundamentos de un orden social, político y económico que ha terminado por justificar lo injustificable: el mercadeo y la transacción con la dignidad del ser humano. O, lo que es lo mismo, el uso, con ocasión y sin ella, de las personas, que se consideran objetos de usar y tirar, al servicio del poder y del dinero.
En este contexto cobran una especial relevancia las Humanidades. Desgraciadamente, el interés general por la literatura, la historia, la filosofía, la teoría de la ciencia o el arte es escaso. Mientras que el interés se centra en los escándalos políticos y en la libre manifestación de la intimidad de los famosos. El abandono de las Humanidades ha ido parejo con la inhibición de la gente de sus responsabilidades en la conformación del escenario público. Es lógico porque las Humanidades facilitan esa aproximación crítica a la realidad social, constituyen un foco permanente de cultura, nos recuerdan nuestra deuda con el pasado e inspiran nuestra creatividad.
Por eso, debemos tomarnos más en serio las energías latentes en la sociedad y asumir el dinamismo vital del mundo de la realidad, del mundo de la cultura. Por eso pensadores que dicen que el profesor que triunfa en la universidad es el burócrata y que el poder nunca ha querido gente cultivada porque es más fácil hacerle creer cosas, hoy debería ayudarnos a reflexionar sobre la necesidad del gusto por el pensamiento y sobre el valor de las humanidades y la enseñanza de los clásicos.
Hoy, a la vista está, necesitamos recuperar urgentemente el temple cívico y moral para que la democracia no sea lo que lamentablemente está siendo. Precisamos un sistema de referencias personales y colectivas que partan de la centralidad del ser humano para evitar la marea de sumisiones y manipulaciones que hoy presenta el panorama cultural actual, tan entregado al sistema y sus prebendas. La vuelta a las humanidades pienso que pueden ayudar a este emprendimiento ético y moral cada vez más urgente y necesario, especialmente tras comprobar el compromiso real de los gobernantes con la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos.