después del paréntesis

Teatro y cine

El gran actor John Malkovich se encontró en Madrid a principios de agosto para la representación de la obra The Infernal Comedy (Confesiones de un asesino en serie, en español). Cuenta la historia de un homicida que se convirtió en escritor en la cárcel. Por ese motivo fue interrogado. Y la sabiduría que encierra el profundo adiestramiento técnico, su rotundo conocimiento del oficio, puso sobre el papel lo que las dos labores encierran: el cine, con más de sesenta títulos a sus espaldas, y el teatro que ha sido una de las señas de su vida. De padre croata y madre inglesa, se ganó la independencia como pudo: conductor de un autobús escolar, pintor de casas, vendedor de comida china o jardinero. El teatro lo encontró, se comprometió y respondió ante el drama con una eficacia y contundencia insospechadas. De ahí al cine. Así que al ser interrogado al respecto respondió conforme a las dos opciones que lo apasionan: “El teatro cambia cada noche. El cine no cambia nunca”. Pocas veces alguien ha definido a estas dos disciplinas con semejante precisión. En efecto, el teatro asume lo inmediato como sustancia; confirma al actor en su momento en pos de convencer al público, que siempre es distinto, de la veracidad del personaje que interpreta. Esa es la trama que el intérprete fabrica desde que sale a las tablas. Y cada representación es única, siempre distinta aunque deduzca el que forja que ha de repetir los matices, las inflexiones, los movimientos, las expresiones o los delirios de la voz. La actuación en teatro es impar para cada ocasión. Y ello es lo que confirma el virtuoso en cada acto. Me lo explicó cierta vez el gran director de teatro José Carlos Plaza: la actuación no se reduce solo al momento del escenario; el actor es en el oscuro antes de salir a escena, el actor es cuando escucha al resto de los comediantes fuera de las tablas. El actor de teatro es siempre actor. Y eso confirma el gran Malkovich, porque el actuar en teatro propaga la vida particular del artista. El cine transmite otra convicción, distinta a la par de gloriosa, cual es preciso anotar por las grandes obras que jalonan a este arte. El cine es ficción. Lo que hace el cine es sacar del real a los actores para convertirlos en intratables y exclusivos en la pantalla. Ahí el complot sublime con la fijeza, fijeza de la proyección que se repetirá igual, siempre igual, a través de los años, Ciudadano Kane, de 1941, a 2022. Teatro y cine, cine y teatro, las dos marcas de lo sublime.

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