Por Miguel Ángel Serrano. Canarias recibió en 2019 un total de 15,1 millones de turistas, lo que significó el 40% de empleos directos, 40% de indirectos y el 35% del PIB. Por localización y riqueza medioambiental, el turismo es su motor económico. Negar el turismo es negar la realidad de Canarias. Si no existiera, volveríamos a la pobreza y la emigración. Pero debemos ser conscientes de que esta industria genera un número de visitantes que junto a la población residente (censada y no censada), determina cargas ocupacionales preocupantes que soportan cada isla y en concreto algunas áreas de la mismas.
Para calcular la carga poblacional de Canarias en sus 7.500 kilómetros cuadrados debemos cuantificar los turistas anuales, a los que añadir 2.250.000 de residentes y un número indeterminado de no censados. Ambas variables, turistas y residentes experimentan incrementos constantes en el tiempo sobre unas superficies no expandibles. En Tenerife gravitan 6 millones de turistas anuales junto a una población residente de 1 millón de habitantes además de otra población no censada.
No determinar de forma urgente y estricta cual es la carga poblacional para cada isla es una negligencia en la cual estamos todos implicados, desde el Gobierno Español y Canario, Cabildos, Ayuntamientos y ciudadanos de a pie. El Parlamento de Canarias debate desde hace años la capacidad de carga poblacional tolerable. Debate que no avanza. Cada vez que cambiamos de legislatura es como si se partiera de cero.
Hacer compatible la realidad turística con la población residente, sus necesidades e intereses obliga a un difícil reto de equilibrio inteligente. Este es el punto gordiano. En su búsqueda se han realizado propuestas extremas que oscilan entre restringir el crecimiento poblacional protegiendo los valores ambientales o permitir un crecimiento incontrolado. Probablemente en el centro este el equilibrio. El debate está servido y estamos tardando en plantearlo con crudeza. Las actuaciones dependerán de la situación en cada isla y dentro de ella, acciones específicas en determinadas zonas. En la provincia tinerfeña tenemos dos ejemplos extremos. La isla del Hierro con un turismo y una capacidad por desarrollar y la isla de Tenerife, sobreexplotada.
Nuestras autoridades insulares nos reiteran que están implicadas en el cuidado del medio ambiente. Pero los hechos son los hechos. El suroeste de Tenerife cuenta con un clima envidiable lo que explica que esa zona sea de interés para la industria turística. En la actualidad existen dos proyectos preocupantes entre Adeje y Playa Santiago. Nuestros gestores han defendido el Puerto de Fonsalía y la ocupación turística de la costa, entre ellas la de Armeñime. Olvidan que afectaría una zona marítima protegida con calderones, delfines, tortugas, ballenas, etc. y que están propiciando la construcción de nuevos hoteles y apartamentos. Si esos complejos se realizan, se consolida el incremento turístico y la palabra protección marina se esfuma.
Una ocupación masiva de turistas exige respuestas de ocio a las expectativas creadas. Para ello la isla tinerfeña debe optimizar sus recursos naturales con el riesgo de convertirse en un gran parque temático con atracciones estrellas: Parque Nacional del Teide, Anaga o Teno, algunos barrancos del sur y zona marítima del suroeste, además de sus costas. Un parque temático sería lo apropiado para dar sustento al turismo de masa. Ese parque temático usurparía lo que es público y, por tanto, de todos los tinerfeños. Lo primero es desarrollar un plan gestor para el Parque Nacional del Teide y posteriormente hacerlo en otras zonas protegidas. ¿Les suena?
El poder económico, en su mayoría foráneo solo sabe crecer. Es una miopía empresarial. Cuando Tenerife se vuelva irrespirable, se marchará a especular a otras zonas del planeta. La defensa del turismo está sustentada en las ganancias generadas y en el incremento de puestos de trabajo para la isla. Pero resulta que la mayor parte de los beneficios económicos se van fuera de la isla revirtiendo poco sobre ella. Los hechos son evidentes. Si analizamos Tenerife, los índices de pobreza y el estado de la red asistencial, educacional y viaria, se concluye que la isla tinerfeña es deficitaria lo que contrasta con la realidad de estar sobreexplotada turísticamente. Reiteramos los indicativos empresariales señalan que el gran beneficio económico turístico no revierte en la isla.
El segundo argumento esgrimido es el del incremento de puestos de trabajo, lo que induce la llegada incontrolada de población foránea que en alto porcentaje se convertirán en residentes permanente. Si recordamos que la superficie isleña es limitada, este camino nos lleva al abismo.
Ese poder económico impronta sutilmente sobre las autoridades políticas las cuales nos hablan de los mismos beneficios: ganancias y puestos de trabajo. Se olvidan de poner en valor elementos sustanciales de la isla: su biodiversidad, su riqueza paisajista y marina en una superficie limitada. Humildemente, les recordamos a nuestras autoridades están obligadas a protegerlos y, al mismo tiempo, compatibilizarlo con los derechos y necesidades de sus electores. Hacer compatible la realidad turística con la población residente, sus necesidades e intereses obliga a un difícil reto de equilibrio inteligente.