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Aquel viaje en tren

En el año 1963 fui por primera vez a la Península. Yo era miembro de la OJE, que era la organización juvenil de Falange. Viajé en el Ciudad de Sevilla, un barco muy bonito, y como mi padre era amigo del administrador de Correos del buque me alojó en sus dependencias, que recuerdo espaciosas. Dormí sobre una alfombra, pero me libré de las incomodidades de la tercera clase. En Cádiz, cuyo mar de la bahía recuerdo echado, plácido, cogimos un tren que nos tenía que llevar hasta Gijón, en cuya impresionante Universidad Laboral –que hoy alberga dependencias docentes todavía, porque la visité hace tres o cuatro años— debía seguir un curso de entrenador de baloncesto. Curso que no aprobé porque me peleé con uno de los profesores. Entonces un jefe de centuria, o algo así, me llamó a su despacho y me amonestó, con toda la razón del mundo. Yo era un tipo medio díscolo, no crean. Lo mejor de ese viaje fue que, al regreso, me quedé en Madrid y conocí a una parte de la familia de mi abuela que residía en la capital de España. El viaje desde Cádiz a Gijón duró 24 horas. Era aquel un viejo tren, con locomotora de carbón, que estaba lleno de putas y de soldados. Aún recuerdo a una con cara de ángel que ejercía su oficio en los baños, con gran éxito, pues había cola. Han pasado muchos años y recuerdo que cuando llegué a Gijón y vi una cama, me lancé sobre ella y dormí un montón de horas seguidas. Estaba rendido. Aquel periplo daría para una novela, pero no me acuerdo de ninguno de mis compañeros de viaje, excepto de un tal Emiliano, que luego se hizo sindicalista y que era muy escandaloso y mandón. Baúl de los recuerdos.

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