Todos los días hay que sacar un conejo de la chistera. No siempre aparece, o no ofrece sus grandes orejas para tirar de ellas, como en un parto de cabeza, sino que viene de culo, mostrando sus patas que se resisten a salir. Es mejor entonces convertir en palomas a las flores de papel de un ramo artificial. Siempre hay que sacar algo de algo, en eso consiste la escritura. Ayer emparentaba a Putin con la furia de Jehová, que mete a Noé en el arca y permite que el resto de la humanidad se ahogue en la inundación, como si fuera una de esas danas que nos anuncian cada día los climatólogos. El invierno va a venir muy duro, se dice, y ya no sé si es por la inflación, por el gas ruso, por el cambio climático o por todo a la vez, que parece haberse confabulado para demostrarnos que las desgracias nunca vienen solas. El origen de todo está en la Biblia, cuando Dios ordenó el caos, pero lo que da pie a que el libro se escriba se llama civilización, que es el momento en que el hombre abandona la selva y se decide a vivir en las ciudades. Dicen que hace mucho tiempo de esto, pero la medida de la cronología es muy relativa y, si la comparamos con los otros periodos de la evolución, no hace nada que vivimos de esa manera. Solo un ratito en la historia del universo. Anoche he escuchado a un militar en la televisión, comentando sobre la guerra de Ucrania, que no hace tanto tiempo que nos hemos bajado de los árboles, queriendo decir que no nos hemos podido soltar de ciertos ancestros que nos definen como seres territoriales, igual que nuestros antepasados animales. Lo dice un experto en defender estos conceptos, pero utilizando dominios sociales y una formación tecnológicas para hacer de los instintos un modelo racionalizado.
Esta mañana he encendido el ordenador con esta matraquilla y lo primero que me he encontrado es con la imagen en el salvapantallas de un pequeño templo romano circular sobre un acantilado de la costa de Irlanda. Lo primero que hacían los antiguos era implantar sus símbolos religiosos. La colonización y el sometimiento vendrían impuestos por el mito. Algo así como construir el miedo común, la esperanza común y el interés común que vienen implícitos en la fe común. Aún vivimos a merced de los mismos asuntos. Como dice el militar: no hace nada que nos hemos bajado del árbol. También afirmó el experto que el escudo nuclear está pensado para pequeños misiles, que el gran armamento nuclear continúa teniendo una intención disuasoria. Es decir, que la guerra fría sigue existiendo aunque la forma de enfrentar los bloques sea sensiblemente diferente. Lo que parece quedar claro es que la batalla por la hegemonía económica no se va a resolver a bombazos, porque entonces mataríamos al objeto de lo que pretendemos conquistar. A pesar de todo, estos son signos evidentes de que aún no hemos superado con suficiencia el equipaje que traíamos antes de bajarnos del árbol.
Curiosamente ahora vivimos una época en que lo que se añora es regresar a aquel punto del que nunca debimos haber salido, volver a subirnos a los árboles, como el barón rampante de Italo Calvino, y andar por los mundos de la sinrazón, pero con el raciocinio adquirido a cuestas. Añoramos una paz falsa, anteponiendo el aurea mediocritas virgiliana a los conflictos sociales y de otro tipo que hemos ido creando a nuestro alrededor. El hombre tiende al desentendimiento de sus responsabilidades intelectuales, porque aún sueña con un mundo idílico, al que llamaba Edén, en el que las tenía delegadas plenamente en el protector más poderoso que se podía imaginar, ejerciendo su patriarcado antes de que fuéramos arrojados a la tierra de Nod. No hace tanto tiempo de eso. La demostración es que seguimos reuniéndonos para cantar los salmos contenidos en el libro donde se relatan estos hechos majestuosos, no nos hemos podido quitar de encima a tanta imaginería, a tanta falta de autoconocimiento, a tanta envidia, a tantas ansias de invadirnos, a tanta incapacidad para rechazar el dirigismo. Tiene razón el militar, conozco a muchos sensatos, hasta yo mismo provengo de una saga de ellos que andaban ahí durante generaciones para salvaguardar la seguridad del mundo tal como lo conocían. Sé de lo que hablo. No ha pasado el tiempo suficiente para olvidar que un día, no muy lejano, nos bajamos de los árboles para ser lo que somos ahora. Convivimos con una tradición pesada, apresados como el Laocoonte, o encadenados a la roca, igual que Prometeo, ofreciendo su hígado al picoteo del águila por haber intentado robarle a los dioses el fuego del conocimiento. De esa esclavitud no nos hemos podido librar. No sé si me explico.