Una vez –bueno, muchas— visité la casa de César Manrique, la primera, la de la burbuja, y vi en una mesita una foto de César, Lee Van Cleef (“El bueno, el feo y el malo”, “Por un puñado de dólares”, etcétera) e Imeldo Bello García (Puerto de la Cruz, 1947). Él no se acuerda. Compañero mío de colegio desde la infancia a la adolescencia se casó con el amor de su vida, Eloísa Ascanio Machado, que asiste a la entrevista, y tienen dos hijas y un nieto. La mayor, Lara, es arquitecta. La pequeña, Marta, es traductora de árabe y filóloga. Pero parece que lo de Marta son las ONG. Imeldo es bisnieto del fotógrafo y pintor Marcos Baeza e hijo del gran fotógrafo Imeldo Bello Baeza, la persona que mejor retrató al Puerto de la Cruz en blanco y negro. Todo el mundo ha visto el reportaje que Baeza hizo de Churchill y de Onassis en el Puerto de la Cruz. Precisamente la familia, que tiene repartido el monumental Archivo Baeza, está ahora en el último trámite para decidir qué hacer con él, si donarlo con ciertas condiciones o venderlo antes de que se quede hecho polvo. Imeldo estudió arquitectura, pero cuando iba a pasar a cuarto curso, su padre lo llamó para que lo ayudara en el estudio. “En realidad, fue mi padre quien impidió que yo terminara la carrera”, reconoce. Al mismo tiempo se hizo maestro “y gracias a eso tengo la jubilación que tengo”. Ahora pinta compulsivamente y se encuentra en una ancha banda que va desde lo naif hasta el surrealismo, pasando por otras tendencias muy interesantes. No digamos sus trabajos fotográficos, que son primorosos. Sobre todo, los rostros de mujer. Logra verdaderas obras de arte. Una vez le regalé una Nikon, pero dice que pesa mucho y la usa poco. Amigo de César Manrique, al genial artista y urbanista le encantaba ir a la casa herreña de Imeldo y Eloísa a comer potaje, huevos fritos y papas fritas. “Él con eso se conformaba, era feliz”, me dice.
-¿Qué hacemos con la memoria olvidada tu padre?
“Mi padre se murió hace años y no tiene ni una calle en su pueblo, el Puerto de la Cruz. Es inadmisible. El Puerto es un pueblo desagradecido y con poca memoria, ya lo sabes”.
-Él fue un artista, un maestro del blanco y negro.
“Sí, la época del color no llegó a convencerlo. Pero sus fotos en blanco y negro son extraordinarias”.
-¿Cómo es que se conservan en tan buen estado?
“Hay de todo, pero mi padre siempre decía que el secreto era el proceso de lavado. Una foto bien lavada dura toda la vida, me advertía continuamente. Y tenía razón”.
-¿Quién fue su maestro?
“Bueno, yo creo que tuvo mucho de autodidacta, pero el viejo Benítez le dio atinados consejos y le enseñó la técnica de la fotografía”.
-¿De verdad que no terminaste arquitectura por culpa de tu padre?
“Por mi padre y por la física. Cuando el “boom” portuense, el estudio creció mucho y me llamó para que lo ayudara. Y la física se me atragantó, a pesar de que el profesor me soplaba en los exámenes porque todo el claustro de la Escuela quería que yo fuera arquitecto”.
-Si tuvieras que elegir entre la pintura y la fotografía…
“No lo dudo, la pintura. Date cuenta de que yo pinto incluso cuando veo la televisión. Pinto compulsivamente. Tengo un montón de obra, pero los artistas atraviesan por épocas terribles. La fotografía también me apasiona y me rijo por rachas en cuanto a la temática”.
-Los rostros de mujer, por ejemplo, sus perfiles.
“Tienen unas posibilidades impresionantes, por eso voy a las romerías, aunque me empujen, a retratar a esas magas guapísimas de las parrandas”.
-De vez en cuando se te va la pinza con la pintura. Me refiero a los temas.
“No, no es eso, es que tengo una imaginación desbordante. Se me ocurrió pintar un San Sebastián, en vez de atravesado por flechas, por jeringuillas. Un San Sebastián de mi tiempo. Y también me hice amigo de unos cangrejos mientras me bañaba en la orilla del mar. Y no sabes las fotos que les saqué. ¿Tú has visto el colorido que tienen los cangrejos?”.
(Me enseña las fotos. Parecen, literalmente, unos seres extraterrestres. Lo mismo que una vieja, sentada en un charco, en Navidad, con el gorro de Papá Noel puesto. Algo surrealista. Se queja de que le regaló un cuadro al Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, un cuadro enorme, y nadie sabe dónde está. Lo mismo que me pasó a mí con miles de libros cedidos al municipio y que permanecen tirados y muchos comidos por las ratas en una dependencia del colegio de los agustinos. No es culpa, precisamente, de esta corporación, que conste. Tampoco sé si están controlados los bastones de mando con empuñadura de oro de mi tatarabuelo y de mi bisabuelo, que fueron alcaldes reales, y que doné a mi pueblo. No sé si el que lleva la Virgen del Carmen es uno de ellos. Lo averiguaré).
-¿Y cómo era ese cuadro?
“Representaba un naufragio, el naufragio de la política y de los políticos; allí estaban nadando, desde Felipe González a la reina de Inglaterra, pasando por la Thatcher y muchos más. Eran ellos los que ocupaban las pateras que salían de un gran trasatlántico naufragado. Tenía un simbolismo especial, era un cuadro muy apreciado por mí y quería que mi pueblo lo tuviera”.
-Tampoco le hicieron caso a tu padre, que fue concejal, cuando propuso el Monumento a la Temperatura.
“No, fracasó en su empeño, nadie se acuerda ya de eso”.
-Define tu estilo en dos palabras.
“Mira, se me hace difícil. No soy monotemático. Es verdad que tengo un estilo, pero no me obsesiono con los temas, aunque sí hago mucho uso del color, que para mí es irrenunciable”.
-Tus dragos en esqueleto me parecen originales, preciosos. Y tus Teides.
“¿Si?, pues me alegro de que te gusten”.
-¿Y no te gustaría figurar en la colección de artistas canarios?
“Claro que sí, me encantaría, pero, ¿sabes?, yo no estoy metido en ese mundillo del arte, en el que unos a otros se pisan, se ponen verdes; yo me considero más independiente y no participo de capillitas, ni de contubernios raros”.
-¿El cine?
“Maravilloso”.
-En el 64 hicimos una película, que está en la Filmoteca.
“Muy mala. Tiene un valor documental quizá, por el tiempo en que fue rodada y por lo entrañable de cómo fue rodada”.
(De esa película fui yo el guionista. Los protagonistas eran Margarita R. Espinosa, más tarde profesora de filología, y Pedro Lasso, con el tiempo alto funcionario del Gobierno de Canarias. También colaboraron en el rodaje otros miembros de la Sección de Estudiantes del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. La dirigió mi interlocutor).
-Tu padre, Imeldo, retrató a muchísimas celebridades. No digamos los paisajes de Tenerife, que le encantaban a don Víctor Zurita y los publicaba en “La Tarde”.
“Él tenía una gran intuición y un sentido de reportero muy agudizado. Hablaba mucho de las fotos que le hizo a Josephine Baker. Luis Díaz de Losada la trajo al Puerto cuando se inauguró la primera etapa del Lago de Martiánez. No digamos las de Churchill y de Onassis, que dieron la vuelta al mundo. Pero fueron cientos y cientos los personajes que retrató mi padre en las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta”.
-Dokoupil y tú son quienes mejor han plasmado en lienzos, y en tu caso en fotos también, la lucha canaria.
“Es que este deporte posee una plasticidad increíble y para un artista es fácil llevarla al lienzo o a la cámara. No es mérito mío, es mérito de la belleza del propio deporte”.
-¿Se han cargado esta isla, Imeldo?
“Se la están cargando poco a poco y ya está bien. Hace falta que alguien con autoridad moral, como la que tuvo César, ponga orden en lo que está pasando. Lo machacan todo, no van a dejar nada vivo, empezando por las macro urbanizaciones que se proyectan y terminando por el litoral ya dañado. ¿Qué les vamos a dejar a nuestros nietos?”.
-¿Quién te gustaría que escribiera tu biografía y el estudio crítico de tu obra?
“Sin duda, Octavio Zayas, que es un crítico de primer orden y que ahora vive en Tenerife, después de residir muchos años en Boston. Yo soy muy amigo de él y sobre todo lo fui de su hermano, Antonio, que me enseñó cómo robar libros de las librerías cuando no teníamos una peseta. Pagábamos uno y robábamos seis y gracias a eso pudimos leer, estudiar y salir adelante. Octavio será el comisario, o como se llame eso ahora, de mi próxima exposición”.
-¿Te gustaría haber terminado arquitectura?
“Bueno, sí, todo el mundo cree que yo estudié Bellas Artes, pero no. Sí tuve de profesor a Pedro González, que me influyó bastante. ¿Arquitectura?: bueno, pero no sé si me hubiera dedicado a la arquitectura, al urbanismo o a qué. También me habría gustado terminar la carrera al mismo tiempo que mi hija Lara, que es una arquitecta estupenda”.
(Imeldo perdió a sus dos hermanos prematuramente. Primero a su hermana María Elvira, que era una belleza, hace muchos años. Luego a Marcos, que murió donde le habría gustado morir, en el Teide durante una excursión. Su padre les metió en la cabeza el amor por el paisaje, porque el viejo Imeldo Bello Baeza tenía una peña de excursionistas, cuyos miembros todas las semanas se iban por ahí, él siempre con su cámara en ristre: Luis Espinosa, médico; Celestino González Padrón, médico; Vicente Jordán y algunos más. Fueron verdaderos protectores del paisaje y denunciaban cualquier desaguisado que se produjera, con éxito desigual).
-Esta que tienes enfrente es la mujer de tu vida. ¿O me equivoco?
“Ha sido la única. Me enamoré de ella siendo una niña y aquí seguimos. Hemos tenido dos hijas de las que nos sentimos orgullosos y seguimos luchando por salir adelante”.
-Tú pintas sobre cualquier cosa.
“Sí, incluso sobre una especie de chapa, recortes que me dan. Yo tengo mi estudio dentro de un aljibe, en mi casa de Las Cuevas, y allí soy feliz”.
-Y allí imaginas tus tajinastes, el erotismo de tu obra, el colorido de nuestro paisaje.
“Claro, porque como tomo muchas fotos, me inspiro en ellas. Ya te dije que incluso pinto cosas que estoy viendo por la televisión, las idealizo, las transformo, les doy forma, las adapto a mi estilo, por eso mi obra es variopinta, porque yo no he renunciado a mi estilo”.
-No te gusta que te digan que entra en lo naif.
“No me molesta, pero yo creo que no es naif lo que hago. Puede que diferente, pero naif no, aunque a ti mismo, que lo has repetido más de una vez, te suene a naif”.
-Al paisaje nuestro sí que le has cogido el tranquillo.
“Tú te refieres a que observas un cuadro mío colgando y sin ver la firma sabes que es mío; pues sí, eso es verdad. Pero también sabes cuándo un lienzo es de Pedro González o de cualquier otro pintor con estilo definido”.
-En el Puerto te quieren, ¿no?
“Yo no sé si el Puerto de la Cruz quiere a alguien, espero que sí. Por lo menos no me empujan en las procesiones cuando estoy trabajando, sino que me protegen cuando un guardia me empuja. Quiero pensar que es porque me quieren”.
-¿Encontrarás ese cuadro perdido?
“Ah, no sé. Lo que me gustaría saber es dónde está y a quién no le gustó para perderlo”.
-Palabra de Dios.