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Un rey entintado

Carlos III firmó en un libro de visitas, creo que en un castillo de Irlanda del Norte, con una pluma Parker 21 falsa de aquellas que vendían los moros en la Plaza del Charco cuando yo estudiaba en los Agustinos del Puerto de la Cruz. Se manchó de tinta sus dedos colorados y también la maldita pluma entintó a Camila, que le sucedía en la rúbrica de la cosa. A Carlos le irritan las improvisaciones. Se cabreó en la ceremonia de su aceptación como rey, esta vez creo que en Londres, porque lo sentaron ante un escritorio estrecho y lleno de cosas y no le cabía el codo. Menos mal que no se firma con las orejas, porque en ese caso no le valdría ni la mesa de Camelot que usaban los Caballeros de la Tabla Redonda. Es fastidioso ser rey, sobre todo por estos pequeños detalles. Dicen que Carlos es tan tacaño que exprime la pasta de dientes hasta que no le queda ni un grumo de flúor y que se cabrea cuando su ama de llaves la reemplaza con el culín del resto todavía en el tubo. Coño, un rey tacaño es una bendición para el pueblo, así a los británicos les costará menos el sostenimiento de la Corona; deberían estar todos muy contentos. Pero lo más bonito de la semana pasada, y hablo en serio, fue la foto de una estilizada y guapa Isabel II, con 28 años, visitando una feria agrícola en el Olympia Hall londinense y desviando su mirada hacia una figura hecha con plátanos y otros productos del campo canario. Me ha encantado esa fotografía, distribuida por Efe y al parecer propiedad de la cooperativa FAST, que no sé si todavía existe o no. Ahora que todos somos monárquicos de nuevo, ¡viva el rey!… de Inglaterra.

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