tribuna

Alvaro Morera, un palmero avecindado en El Monturrio

En los antaños sesenta el Duggi mantenía una humana y cercana estampa vecinal con el predominio de casas terreras y el encuentro de la chiquillería en la Placita, junto al Colegio San Fernando. Permanecía aún la impronta de añoranzas agrarias con la Finca de Don Bruno y el barranco de Santos que mantenía la huella de una popular y sabia ingeniería con canales, compuertas, pescante y molino. La Placita, cual atalaya y refugio, se tuteaba con el discurrir de las guaguas rojas que tenían parada y oficinas en Ramón y Caja, junto a la Plaza Militar. Entre las calles se entremezclaba un surtido de medianas y pequeñas industrias como la fábrica de harinas de Pelegrín Santana, la Cocacola que mantenía entonces el hoy desaparecido Orange Crush de los Olsen, la Lavandería Febles, la fábrica de gaseosa La Manchega, panaderías, talleres…
En esos años llegó al popular Monturrio el palmero Álvaro Morera Felipe, técnico de Telecomunicaciones, funcionarios de Correos y Telégrafos en la oficina principal de la Plaza de España. Había contraído matrimonio con María del Carmen (Loly) Bello, hija de don Nicolás y doña Juanita. La casa de los Bello Minguillón, como otras muchas, mantenía la puerta abierta y era frecuentada por la chiquillería que asistía a las clases que tanto Loly como su hermana María Teresa, recién tituladas en magisterio, impartían y que gozaban de un alto prestigio.
Al paso de los años el Duggi vivió el derribo y la irrefrenable escalada en alturas junto al trazado de nuevas vías sobre las parcelas de cultivo de Bruno Beese. Los coches fueron ganando espacio, apoderándose en exclusiva de la calzada, obligando a replegar los juegos y definir el encuentro de todos en la plaza de la que era cuasi alcaide perpetuo Pepín Ayala, nuestro inigualable Peter Pan, que albergaba un sinfín de anécdotas con las que despertaba los mecanismos del recuerdo, alentados al igual por todos los que por allí pasamos: Kolia, El Gato, Edmundo, los gemelos Torres, Falo, el Tirila, Los Calaya, Santi, José Emilio y tantos en el evocar a los hermanos Roberto y El Boliche y a cuantos corretearon entre jardines, prestos a trepar los árboles o canturrear goles sobre los bancos labrados en piedra de Arico o en la algarabía que nos situaba ante las improvisadas porterías.
Se empeñó el destino en que en la intrahistoria del barrio quedara por siempre grabada un conjunto de inigualables referentes en el trasunto de nuestra identidad, con vecinos tales como Secundino Delgado, Antonio Cubillo, Francisco y Miguel Borges Salas, Miguel Brito, Antonio Martí Pedro Víctor Debrigode, los hermanos Ayala, los Omar, Carlos García…. Álvaro Morera se suma a ellos con sobrados méritos, avalado entre otras virtudes por su mirada limpia, su firme compromiso y fidelidad ,unidas al talante abierto con el que se supo avanzar por la vida. Lo hizo derrochando generosidad y tolerancia, que acrecentó tanto en la vocación familiar como en su labor profesional y en la proyección hacia la ciudadanía
A la casa del don Nicolás, que ejercía como técnico en una cercana imprenta y en el ámbito de la distribución fotográfica, llegaban familiares y amigos desde Los Realejos y de otros lugares del interior de la isla. El patio, como el de otras casas, competía en el esplendor de una prieta vegetación que entrelazaba helechos con begoñas, anturios, geranios. Luis, el benjamín de los Morera Felipe, encontró allí su espacio, en su juvenil etapa de formación en Bellas Artes. Álvaro, el hermano mayor, fue su tutor y soporte, al igual que Loly y toda la familia. El paisaje que captó con improvisados medios, en una tarde de asueto familiar en Las Raíces, le permitió alzarse con el primer premio en el concurso que convocó el Círculo de Bellas Artes , donde años más tarde, ya con sus compañeros de Taburiente, se presentarían en sociedad, siendo presidente de la entidad el también palmero Roberto Rodríguez.
Álvaro y Loly forjaron una familia que creció bajo el arraigo de la tolerancia. Sus cuatro hijos: Álvaro y Roberto, ingenieros en Telecomunicaciones, María Dolores , pedagoga, y María Esther bióloga, le han dado la satisfacción de crecer humana y profesionalmente, con la seguridad del buen hacer que ejercen en su labor cotidiana. Todos han estado al lado de Álvaro, en especial cuando en 2020 le sorprendió la enfermedad, que se agravó el pasado año, sin que mermara por un instante su inigualable sonrisa, expresión sincera de su bonhomía.
En el barrio se le recuerda por muchos gestos, entre ellos por su apoyo a la constitución de la Asociación de Vecinos El Monturrio, de la Parroquía de María Auxiliadora, o en la defensa de la Plaza Duggi, cuando una caprichoso propuesta pretendió su derribo para albergar un parquin. La firme posición de Álvaro, junto a otros vecinos y amigos (Luis, Chano, Leonardo, Joaquín Galera y otros) hizo que el concurso de ideas que convocó la Gerencia de Urbanismo quedara sobre la mesa, despertando su iniciativa apoyos como el de la pintora Marisca Calza que, ante el ímpetu de oscuros dictados mercantilista, prometió encadenarse a uno de los laureles de indias, adelantándose con ello a lo que poco después haría Tita Cervera, la baronesa von Bismark, para salvaguardar los arboles del Pasaje de La luz en el Paseo del Prado madrileño.
El próximo jueves, a las 7.30 de la tarde, la familia, vecinos y amigos de Álvaro Morera se reunirán en oración para celebrar en la parroquia de María Auxiliadora (Calle Serrano 44) una misa en la memoria de tan gran vecino, que se ha ganado por méritos más que sobrados el aprecio y el reconocimiento, como respuesta a su fiel compromiso y generosa entrega.

TE PUEDE INTERESAR