tribuna

Decadencia

Siempre es bueno mirar hacia atrás, buscar en el recuerdo y hacer balance de lo que hemos vivido. Si nuestra memoria funciona no es necesario que alguien venga a informarla. No niego que la mía está llena de cosas que no elegí y hasta puede que estuvieran influenciadas, pero lo cierto es que luego tuve tiempo de hacer una digestión intelectual y usar lo que creía que era bueno, o al menos amoldable a mi persona, y desechar lo malo y contaminante, que siempre coincidía con la propaganda de una ideología interesada en colonizarme. Mi infancia fue como la de cualquier niño de la posguerra, sometido a las prácticas del pensamiento único y la influencia católica en los colegios y en las iglesias, algo que pertenece afortunadamente al territorio del olvido. Quizá estos excesos fueran la consecuencia de que más tarde, en los sesenta, me convirtiera en un contestatario inconformista. Mi generación llegó a la transición con cerca de cuarenta años y fuimos conscientes de lo que creíamos que el país necesitaba: la reconciliación para renovar las esperanzas en un sistema que garantizara la convivencia. Pero el mundo que nos influía cuando éramos pequeños no era solo el del Cara al sol cantado en el patio del colegio, ni el de la sabatina, ni la misa de los domingos en la desaparecida iglesia de San Agustín, donde los niños caían desmayados por ir a comulgar sin haber desayunado o porque la alimentación en sus casas no daba para más. Había otras cosas que nos arrumbaban hacia una parte del mundo que teníamos que elegir. Al colegio venían a ponernos documentales sobre las bondades del ideal norteamericano, en la mesa de la barbería había revistas llenas de propaganda de los EE.UU. y en el cine veíamos los hechos heroicos de Guadalcanal o el Paralelo 38, que acababan siempre con la marcha de los marines que nos sabíamos de memoria. Nuestra educación programada estaba orientada hacia Occidente, ofreciéndonos el panorama perverso que se levantaba al otro lado. No obstante, me encantaba leer a los novelistas rusos y, más tarde, a los avanzados de la izquierda más cercana, como Camus, Pavese y algunos americanos más bien representantes del movimiento beat. Nunca me gustó el comunismo. Me parecía cerrado y triste. Además la clandestinidad era asfixiante. Era mejor jugársela a pecho descubierto, con las cartas encima de la mesa. Hago esta reflexión porque tengo la impresión de que lo que ha pervivido en nosotros es ese concepto de democracia liberal que parece sentirse obligado a liderar el mundo, como en otro tiempo lo intentaba hacer el totalitarismo instalado más allá del telón de acero. Recuerdo mi pasaporte con la prohibición expresa de visitar a alguno de esos países. Hoy tengo la impresión de que estamos dando los últimos coletazos por mantener esa guerra absurda de dependencias en un ambiente que pretende ser globalizador. Las ideologías y los Estados parece que quieren imponerse a las realidades del mercado, cuando es éste el que fluctúa libremente sin que le afecten demasiado esas diferencias. Así que me paro a pensar en lo que perdería yo si los EEUU disminuyeran su protagonismo sobre lo que ocurre en lo que me es más cercano. Al fin y al cabo, hay otra parte del planeta, la más numerosa, a la que parece no afectarle que esto ocurra así. Yo pertenezco a este bando porque la propaganda que me invadió en mis primeros años así me lo hace pensar. Pero esto no es más que una convención un estereotipo grabado a fuego que he tenido que superar para sentirme totalmente libre, a pesar de que me digan que la defensa de la libertad consiste en creer en lo que se defiende desde esta parte. Vistas así las cosas, he de confesarles que poco me importa lo que pase con los chinos. La noticia de hoy es que Xi Jinping va a renovar su mandato consolidando más poder de el que tenía, y yo creo que este es el gran signo de su liderazgo mundial, porque la endeblez del mando de sus competidores es tan notable que no existe comparación posible. ¿Cómo pretenden en USA plantarle cara con la crisis ideológica entre las dos opciones que se disputan el poder? ¿Cómo se puede poner de ejemplo mundial un derby protagonizado por Biden y Donald Trump? Aunque no nos guste reconocerlo, esto es lo que hay. No me hace falta leer a Oswald Spencer para darme cuenta de que estoy asistiendo a la decadencia de Occidente y esto nada tiene que ver con la tan manida pugna entre la izquierda y la derecha. Es otra cosa.

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