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El gato de Downing Street

Nuestros políticos y nuestros partidos afirman que España es una democracia avanzada. Y los más insistentes, como sería de esperar, son los socialistas radicales y los comunistas que nos gobiernan, cuya idea de la democracia es, cuanto menos, peculiar. Sin embargo, The Economist Democracy Index 2021, en su último informe sobre las democracias en el mundo, nos ha administrado una dosis de realidad rebajando la calificación de España de “democracia plena” a “democracia defectuosa”, una rebaja de la que no han dicho una palabra ni el Gobierno ni los medios de la izquierda. Asusta pensar en la algarabía que hubieran montado estos medios si los populares gobernaran: algunos de ellos -laSexta-, sus programas y sus periodistas son auténticos aparatos de agitación y propaganda al servicio de la izquierda española y la destrucción de la derecha.

Desde el punto de vista formal, nuestro parlamentarismo es similar al del Reino Unido, pero, como hemos podido comprobar en la actual crisis política británica, nada más lejos de la realidad. Los partidos españoles son rígidas dictaduras, en las que los discrepantes son obligados a dimitir o a darse de baja, y en los cuales sus miembros tratan de alcanzar un cargo, a ser posible generosamente remunerado. Para ello repiten unos manidos argumentarios y unas consignas de guardarropía, según los cuales todo lo que hace o dice el propio partido es bueno y todo lo que hacen o dicen los demás es malo, a no ser que pactemos con ellos. Es un sistema que propicia la mediocridad y la carencia de iniciativas, hasta el punto de que los que destacan o se significan son mirados con recelo.

En ese escenario, el grupo parlamentario es un conjunto disciplinado de aplaudidores y votantes, en donde un voto discrepante es noticia y producto de una equivocación, casi siempre ordenada por el propio partido según sus intereses. Recordemos que los partidarios de Pedro Sánchez rompieron la disciplina de voto en la investidura de Rajoy, y que cuando Sánchez recuperó la Secretaría General masacró políticamente a los que no la habían roto y premió con cargos y prebendas a sus partidarios, a los cuales, no obstante, a veces sacrifica al servicio de sus intereses.

Por el contrario, los diputados británicos, en constante relación con los electores de su circunscripción, controlan al Premier de su propio partido, que necesita contar con su confianza para seguir siéndolo, e incluso eligen a los candidatos a serlo. De hecho, el no tener su apoyo mayoritario determinó el fiasco de Liz Truss y su obligada dimisión. Y su posicionamiento a favor de Rishi Sunak ha hecho innecesaria la votación telemática de los militantes.

El gato de Cheshire, que debate y argumenta con Alicia, no solo ríe, sino que puede aparecer y desaparecer a voluntad, dejando visible únicamente su sonrisa. El gato de Schrödinger puede estar vivo y muerto al mismo tiempo en el interior de su caja, y solo le obligaremos a decidirse cuando abramos la caja y lo observemos. El gato mascota del 10 de Downing Street, que ya ha aprendido a entender a los Primeros Ministros, supera a los otros dos gatos porque sabía que, cuando se abriera la urna de los diputados, Boris Johnson sería obligado a estar políticamente muerto y a desaparecer, aunque, a pesar de ello, dejaría visible para los militantes su sonrisa.

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