tribuna

La lechuga

La lechuga sobrevivió a Liz Truss y esa es la noticia. Reino Unido tocó fondo el jueves y la todopoderosa potencia eximperial fue el hazmerreír. Esta es una época dramática que se vuelve histriónica por momentos como en los arrebatos sorpresivos de una mente perturbada. Se nos hicieron habituales las brutales carcajadas de Trump o su ira-ironía cuando propuso ingerir lejía para matar al virus ante la mirada atónita de la experta en salud pública de la Casa Blanca, la doctora Deborah Birx. Putin es de los que ríe por dentro amargamente mientras aterroriza Kiev, se le nota en la rabia de carpanta, el hambre de matar.
En El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Marx apostilla a su maestro Hegel sobre la noción de que la historia siempre se repite diciendo que “se le olvidó añadir que la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”. Ha vuelto a suceder.
A la velocidad de crucero que ha adoptado la historia en sus últimos bandazos, solo faltaba que los estadistas cogieran la costumbre de gobernar por días, por horas, incluso por minutos (traigo pruebas de ello en el pasado tras un rastreo sobre el tema) para hacer real la distopía de gobiernos efímeros en un mundo que, al parecer, no soporta el paso del tiempo. Liz Truss no es la única ni la primera en extinguirse como un íbice en los Pirineos. Pero conviene tomar nota porque la historia siempre se repite.
En la hasta hace poco sólida democracia norteamericana llamó la atención (en el siglo XIX) el visto y no visto de su noveno presidente, William Henry Harrison, el Viejo Tippecanoe (apodado así por la batalla del mismo nombre), un general que trató a Bolivar. Cuando fue elegido presidente no tomó las debidas precauciones en su largo discurso de investidura al aire libre, un día gélido, y murió de neumonía al cabo de un mes.
El siglo XX batió récords de sinopsis política. Encontré el que puede ser un mandato lacónico por excelencia en México, en 1913, el de Pedro Lascurain, que lucía bigote de puntas imperiales y el día que dieron un golpe de Estado al primer presidente democrático tras 30 años de régimen militar se prestó a ser un sucesor transitorio con el acuerdo de salvar la vida del derrocado y evitar una supuesta invasión de los EE.UU. No tardó en descubrir que iban a fusilar al depuesto y renunció tres cuartos de hora después de tomar posesión. Esos 45 minutos de marca en el Monterroso de la política breve le han otorgado una dudosa gloria, que ni siquiera sirve de alivio a la rápida caducidad de la primera ministra británica a la hora de dimitir ante Carlos III, paciente en la espera para reinar y tan expeditivo, sin embargo, en su debut quitándose premieres de encima.
El siglo XIX español fue pródigo en presidentes por horas, como decía. Tenía la sospecha, no la certidumbre. Ahora tengo las dos cosas. Como en una tacada de síntesis del poder, en la primera mitad de ese siglo les dio a los presidentes de este país por durar apenas dos días; uno de ellos tenía la gracia de su esperpento en un prolongado nombre (ese récord ya lo traía), Serafín María de Sotto y Abach Langton Casaviella, tercer conde de Clonard y quinto marqués de La Granada, político, militar e historiador, a quien la reina Isabel II, por indicación de su esposo, designó presidente, pero el rechazo al gabinete ultraconservador fue de tal calibre que la monarca revocó el nombramiento, el gobierno relámpago duró 27 horas y ella dejó de hacer caso al marido.
El jueves se supo la caída de la premier y recordé la broma del Daily Star, que se había mofado preguntado, al entrar en crisis la lideresa, quién duraría más, si una lechuga o Liz Truss (con la foto de las dos), a partir de una sugerencia del editor de The Economist. Y ganó la lechuga, de nombre Lizzy. Entonces, me disfracé de Nieves Concostrina y me puse a hacer averiguaciones históricas.
Los franceses tienen el honor de contar con el monarca más breve: Luis XIX, que en 1830 duró 19 minutos en el trono. Y ha habido papas con un indudable don de la fugacidad. Urbano VII, en 1590, duró 13 días al morir de malaria, y Juan Pablo I, en 1978, 33 días tras un misterioso infarto.
Liz Truss permaneció en el poder 45 días tras enterrar a Boris Johnson y ahora que ella ha sucumbido, su antecesor da señales de vida como un zombi. Liz ya tiene un motivo para ser recordada. Su corta estancia en el número 10 de Downing Street la hace ser un caso de minimalismo político contemporáneo. Asumió la antorcha entre la guerra en Europa y la de su partido, pero no la dejaron nadar hasta la orilla. Y las dos guerras continúan.
Solo tuvo tiempo para asistir a la muerte de la reina y casi de la libra. Su perdón fiscal a los ricos desencadenó una tormenta perfecta y no dio con el ojo del huracán para sobrevivir como hacen los marinos. La libra se hundió como en la pesadilla de George Soros, aquel miércoles negro de hace 30 años en que el inversor húngaro dinamitó la moneda de Su Majestad y multiplicó su fortuna. El tsunami autocumplido ha acabado engullendo a la primera ministra conservadora. Kwarteng, su fatídico ministro de Economía, parió la bomba inteligente del paquete tributario, y ahora ha servido de lección para la derecha europea, incluida la española, que festejó la ejemplaridad de la bajada de impuestos de Truss, la premier que dio la última mano a la reina antes de que muriera, en la ya famosa foto maldita. El factor Liz Truss debilita la contrarreforma conservadora en la Europa bélica y pospandémica. El Estado de derechas.
Todo empezó con el Brexit. Que es coetáneo de Trump. Nada ha vuelto a ser igual ni en Europa ni en América. Putin es el monstruo dormido que despertó en ese contexto. A mar revuelta, ganancia de pescadores y Boris Johnson quiere volver como un Pedro Sánchez a la inglesa.
La política se ha hecho vieja, a medida que la tecnología supera los límites humanos y desembocamos en el metaverso, que es el cielo sin Dios. La democracia se quedó anclada en el siglo pasado. Corre también riesgo de obsolescencia. Ahora, las libertades se redefinen. Estamos en un momento experimental. La ultraderecha ha vuelto al gobierno de una potencia europea como Italia desde hace unas horas. Y Alemania, la locomotora de nuestro modelo de vida, se prepara para una larga recesión. Viene el invierno y hay guerra. Un aire de inestabilidad lo cubre todo. Lo de Liz Truss es un síntoma. Europa pone las barbas a remojar.

TE PUEDE INTERESAR