el charco hondo

Locos

Hay que saber esculpir la locura con inteligencia, poesía y libertad para conseguir el milagro de hacer radio en silencio. Hay que estar felizmente loco para demostrar que cuando al silencio se le da el espacio que merece las pausas comunican más que el ruido. Hay que estar enamorado de la palabra para darle los respiros que la engrandecen, esos silencios que hacen falta para decir sin necesidad de decir lo más importante que pueda decirse, lo sustancial, lo relevante, esa verdad que se mueve piel adentro o afuera. Jesús Quintero hablaba por las rendijas que hacían surcos en sus silencios. El loco. Quién no lo está siquiera un poco. Qué significa estar loco. Qué isla mínima separa a la cordura de la locura. Qué más hace falta para comprender que somos la fusión de ambas. Desde la colina el loco nos recordó que el único pecado imperdonable es no vivir, entregarse a una muerte anticipada mientras la sangre corre todavía por nuestras venas, porque vivir (dijo, entre tantas cosas) no es solo estar en la vida, es participar en la fiesta, vivir es ser y conocer, vivir qué se siente cuando un amigo nos pone la mano en el hombro, vivir es estar vivo y parecerlo como si fuera el primer día -decía-. Quienes nos enamoramos de la radio, coincidiendo con el día en que desembalamos la memoria de lo que nos va ocurriendo, guardamos recuerdos que nos recuerdan que si algo quisimos no dejar de hacer fue, es y será la radio. Crecimos escuchando las voces que disfrazaban aquellos silencios. Aprendimos a entender que el silencio es posible incluso en un país, éste que nos tocó, maleducado en el ruido que precede y sigue al ruido, gritón, faltón, un país pocas veces capaz de madurar lo suficiente para dar a los silencios, a las pausas, a los respiros, protagonismo y espacio, respeto o escucha. Qué mal escuchamos los españoles. El silencio quita o niega dignidad a las frases que lo interrumpen, y de paso pone al ruido en su sitio. El loco consiguió atravesar la piel de entrevistas y oyentes regalándoles silencio, mirándolos a los ojos, envolviendo en silencio las palabras que se piensan sin necesidad de tirar de cuerdas vocales. La palabra entonces no es necesaria, escribió María Zambrano, pues que el sujeto se es presente a sí mismo y a quien lo percibe. Es el silencio diáfano donde se da la pura presencia, sentenció. Jesús Quintero no fue uno más a oídos de quienes preferimos el silencio al ruido. Fuimos el loco de la colina atravesando su espejo. Hay que estar muy loco para creerse cuerdo. Hay despedidas que sacuden. Hay locos que no deberían irse nunca.

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