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Mi tío Andrés

Mi tío Andrés se alistó como voluntario en julio de 1936 en una Bandera de Falange, que salió desde Tenerife hacia el frente de Teruel. Tenía 16 años. Era un niño. Mi padre, que había cumplido 17, también se alistó y ambos partieron para la península con sus compañeros. Un mal día, cuando estaban haciendo cola para recibir el rancho del almuerzo, un obús republicano impactó contra el perol de la comida e hizo caer a unos cuantos. Mi padre y mi tío fueron alcanzados, se levantaron aturdidos y mi tío Andrés, a quien debo mi nombre y él a su bisabuelo, volvió a caer al rato, fulminado por una hemorragia interna. Imaginen el golpe para sus padres y hermanos. Fue enterrado en Zaragoza y cuando construyeron el Valle de los Caídos autorizamos a quien correspondiera para que sus restos fueron trasladados a la Basílica Cuelgamuros. Y ahora que la izquierdona zarandea los restos, nosotros no queremos que los huesos de mi tío Andrés se muevan de allí. ¿Por qué esta manía de no dejar en paz a los muertos? ¿Van a ganar la guerra que perdieron con ello? Demasiado lamentable y dolorosa fue una confrontación entre compatriotas como aquella para que se abran otra vez las heridas sin motivo alguno. Dejen a los muertos en paz; parece que no tuvieron bastante con el dictador y ahora pretenden ampliar el elenco de exhumados. ¿Con qué motivo? ¿Con el motivo de que nunca superemos aquello o con un afán sincero de hacer “su” justicia? Yo no quiero que los restos de mi tío se muevan nunca de allí, donde seguramente habrán encontrado la paz que no vivió. No disparó ni un tiro en la guerra fratricida. Sólo se apuntó a una Bandera de Falange y fue a recoger su rancho.

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