Ser optimista o pesimista es algo que va por barrios. Depende de la época, de la edad, de la salud y hasta de la filiación política. Antes veía un nubarrón en medio del otoño y me incitaba al trabajo al final de la holganza del verano para emplearme a fondo en nuevos proyectos. Ahora, dependiendo de lo que haya leído ese día, me invade la mala conciencia por si he arrojado demasiado CO2 a la atmósfera. Lo que era una bendición del cielo, ese “agüita, agüita, que la rama está sequita”, es el anuncio de una catástrofe que no vamos a poder evitar. Ya no solo viene Greta, subida en el catamarán, señalándonos con su dedo acusador, sino que sus imitadoras, buscándose un hueco en las redes sociales, la toman con el pobre Van Gogh, como si fueran talibanes atentando contra las ruinas de Palmira.
El movimiento iconoclasta nunca ha sido garante de nada bueno, porque representa a la bestialidad contra la cultura, el antisistema como crédito más importante de la razón, el anuncio de que si le cortan la cabeza a un símbolo también te la están cortando a ti, o no tardarán en hacerlo. He pensado si es esto a lo que se refiere Borrell cuando nos califica de imbéciles herbívoros. Pero, en fin, mejor dejemos esto.
También el optimismo se puede fabricar artificialmente diseñando un panorama de futuro que no coincide con la realidad. Había un chiste en el que a un niño optimista, que se había portado mal, los reyes le dejaron una caca, y él decía: “He tenido mucha suerte, me dejaron el caballo que les pedí, lo que pasa es que se cagó y después se escapó”. Ni él mismo se lo creía, pero había hallado un argumento que le sirviera de consuelo antes de aceptar la realidad. Este creo que es el mensaje de Tezanos cuando anuncia que Sánchez vuelve a estar por delante de Feijóo en las encuestas. A mí me da igual quien gane o quien pierda, solo digo aquello de: “no me gusta que me cuenten un chiste y lo dejen a medias, y la respuesta es: a mí lo que no me gusta es que me dejen a medias y después me cuenten un chiste”. En fin, ya saben, ver la botella medio llena o medio vacía. También el optimismo va por barrios. En la guerra de Ucrania, por ejemplo, vemos la victoria de Zelensky mientras sube la cesta de la compra, mientras en Moscú lo ven de otra manera y sufren una inflación menor. Es cuestión de puntos de vista. Hablando de optimismo, ayer, en el mercado de La Laguna, me encontré a Pepe Abad, nos dimos un abrazo y luego intercambiamos noticias de achaques comunes.
Tenemos la misma edad. Yo unos meses más, pero pocos. Como decía mi abuelo cuando le advertían que había llegado a las nueve y pico: “sí, pero poco pico”. Me habló de una estenosis de columna y yo le respondí con una prótesis de cadera. Cometamos cosas sobre medicamentos y riñones. Me dijo que el día anterior había hablado por teléfono con mi hermano José Luis. En fin, las cosas del gasto. Me alegré de verlo. No dijimos nada sobre eso de que todos vamos a llegar a los cien años, incluso a sobrepasarlos, y, como dicen algunos agoreros, llegaremos a los ciento cincuenta con toda facilidad. Entonces estamos casi a la mitad de la vida con nuestros ochenta años. Esto si que es optimismo.
La vida nos sonríe aunque nos duelan las rodillas y la espalda. Todo va bien. Todo menos el cambio climático, que la ha cogido con los artistas últimamente. Después salimos del mercado y subimos el camino de las Peras, con dirección a las Mercedes. Una voz me dijo: “Antes aquí había un trigal”, y yo recordé una época feliz viendo caer la tarde con el optimismo de tener todo el tiempo por delante. Han pasado los años y seguimos siendo los mismos, pero con más achaques. En la memoria eso está intacto. Ahí es donde reside todo. Mantenerla viva nos hace ser optimistas. El conformismo y el olvido nos conduce a la desilusión. Prefiero ser un iluso que vivir amargado en la realidad. Para eso tengo a la imaginación, para defenderme del desencanto y del desasosiego que me ofrece el pesimismo. Ya sé que ahí no hay ningún trigal; ahora es un parque con dunas artificiales para hacer carreras de mountain bikes. Pero en mi recuerdo sigue estando y siempre estará ahí.
Vivo mejor así, creyendo que recién cumplidos los ochenta tengo por delante el panorama optimista que me ofrece el estado del bienestar y los adelantos de la ciencia. Deja a los pesimistas que se ahoguen en su llanto, déjalos con su panorama de negritud liquidando al planeta mientras le tiran salsa de tomate a unos girasoles de Van Gogh, esas plantas que nos dan la lección de orientarse hacia la luz para sobrevivir. Eso mismo intento hacer yo.