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Solo calzoncillos

Muchos de mis lectores -he dicho muchos- me alertan de que mi chispa como cronista ha bajado. Que sufro de una indudable ausencia de humor y que ya no me vacilo de mí mismo, que es lo más que les hace tilín. Lo acepto. Pero, claro, tengo mis motivos: estamos a las puertas, o quizá inmersos, en la tercera guerra mundial; padezco de ausencia de posibles; ya no me sorprende nada (ni siquiera este Gobierno); sufro dolores musculares que no invitan a la sonrisa; y más cosas que, por ser más íntimas, no las voy a compartir con ustedes. No obstante, haré un último esfuerzo por orientar mis escritos, por otra parte tan puntuales, hacia temas que inviten a la sonrisa y no al llanto. En las vísperas de la aparición de mis Memorias ligeras, ustedes se van a encontrar con situaciones realmente esperpénticas que he podido vivir. Algunas de ellas -yo creo que la mayoría- las he ido contando en las miles y miles de crónicas que he escrito en los periódicos, que he narrado en la radio o que he soltado en las televisiones. Esta será una semana movida: me vacunaré contra la gripe, iré al cementerio de Tacoronte a ver cómo ha quedado la cruz del panteón que albergará mis cenizas, almorzaré en Los Limoneros con un nuevo entrevistado, empezaré mis paseos por el Puerto de la Cruz para bajar la glucosa, que ya casi controlo; compraré lotería (los ciegos nunca me tocan). Y poco más. Estoy muy ocupado. El otro día, un amigo al que le hice un favor me preguntó lo que quería por Navidad: “Calzoncillos de Hugo Boss, que son los que uso”, le dije. Joder, la cara que puso.

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