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Truss

Se sabía que Liz Truss era gafe. El día en que conoció a su marido, el hombre se cayó y se quedó destartalado. Después se casaron y Liz Truss le puso los tarros con su mentor político, pero él la perdonó. Un buen hombre. Fue a presentarse a la reina Elizabeth, la prima Lilibeth, y la reina se murió al día siguiente. Sólo le faltó estar en Canarias cuando el último incendio o cuando estalló el volcán de Cumbre Vieja. Nada más llegar a Downing Street propuso un plan económico de urgencia y en un día se cargó la libra y en dos los mercados de toda la Commonwealth. Liz Truss no dio una a derechas, a pesar de ser la líder del Partido Conservador. Si nos tranca con ella la tercera guerra mundial, a punto de estallar, Inglaterra la pierde, hundirían todos los barcos de la Royal Navy y derribarían todos sus aviones Harrier de despegue vertical. Dios mío, ¿qué hacer? De momento sigue ahí, hasta que le nombren un sustituto. Menos mal que se irá pronto del chozo y que no hará como el premier anterior, al que casi hay que echarlo a palos de la residencia oficial. Esperemos que el nuevo o la nueva inquilina del lugar no tenga tanta mala suerte como Liz Truss, a quien ya se señala como el joven gafe de Master and Commander, que se lanzó por la borda porque sus compañeros lo miraban mal. No hay nada peor de adquirir la fama de cenizo. Aquí en Canarias tenemos algunos cerca del poder, pero no los nombro porque a lo mejor me los tachan. También existen gafes de solemnidad en los poderes del Estado, pero tampoco los voy a citar, por idénticas razones. Liz Truss ha batido un récord: mes y medio en el poder.

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