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El queso y la leche en polvo

H e leído en El Debate los recuerdos de los años 50 de la ayuda americana, del queso y la leche en polvo, que yo llegué a repartir “a los pobres”, desde la casa parroquial de la Peña de Francia, en el Puerto de la Cruz. Nos comisionaron a algunos alumnos de los agustinos, rectores antes y hoy, de la parroquia para que hiciéramos los repartos. Claro, probábamos la leche, el queso y creo que también la carne enlatada y la mantequilla, aunque estos dos últimos productos no los podría certificar. La leche tenía un sabor exquisito y el queso no estaba nada mal. Estos alimentos saciaron el hambre de la gente más humilde y es verdad que todo comenzó con la visita de Dwight “Ike” Eisenhower, presidente de los Estados Unidos y héroe de la II Guerra Mundial, a Madrid, para hablar con Franco –no sé si es delito citar al dictador por su nombre–; entonces lo llamaré Paco. Enviaron los americanos ingentes cantidades de alimentos, que iban a parar a las personas más humildes de Canarias, a las que salvaron los americanos de muchas penurias. Eran años de pobreza, de hambre, de escasez de todo, aunque me parece que en la península sufrieron más la hambruna que siguió a la guerra civil. Aquí quien más o quien menos conseguía algo de comer. Recuerdo trajinar entre los bidones de leche en polvo y aquellos enormes quesos amarillos, que cortábamos en cachos para componer las raciones. Los agustinos cumplían con dedicación exquisita el mandato de don Domingo Pérez Cáceres, el gran obispo, empeñado en que la ayuda llegara a todos los rincones de su diócesis. Recuerdo también el celo en el reparto y la alegría de los receptores.

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