el charco hondo

La muerte sale de fiesta

David J. Skal explica -La muerte sale de fiesta, lo tituló- el punto de partida y evolución de Halloween, sin duda uno de los ejemplos más estridentes, invasivos y desconcertantes de colonización cultural, un acontecimiento bastante extraterrestre que tiene sus orígenes en una celebración agrícola. El escritor ha recordado a Eduardo Bravo, en El País, que las tradiciones vinculadas a estaciones y cosechas son algo que las distintas sociedades tienen en común, y que, más allá del vínculo de la fiesta de los muertos con la naturaleza o la religión, lo de Halloween tiene una vertiente subversiva porque los papeles se trastocan como ocurría en Europa con la fiesta de los locos, en la que un día al año los plebeyos se vestían como reyes y el orden social se invertía. Según Skal, Halloween viajó al continente americano con los peregrinos, así que, al parecer, lo de jugar a muertos ha hecho un viaje de ida y vuelta que no rebaja el olor a celebración importada o espectáculo descontextualizado que estos días revolotea por bares, colegios y escaparates. Todas las tradiciones se mezclan y evolucionan, se funden, abren las puertas a innovaciones que respetan, o no, las partituras iniciales. La globalización también era esto. Tienen los norteamericanos en sus películas y series el arma de colonización masiva más eficiente de las últimas décadas, una herramienta, cine o televisión, con la que han logrado captarnos como consumidores de sus productos, relatos y celebraciones. Halloween no es una excepción, pero ha penetrado con más fuerza que otras y, truco o trato, sigue costando digerirla, adoptarla, rendirse a la evidencia de que cada vez más generaciones la viven como algo tan propio como puede serlo, al otro lado del salón, conmemorar a los que ya no están según marca el día de los difuntos. Trato o truco. Estos días ha circulado una razón que aspira a incontestable, esa de que pocas cosas hay más españolas, luego, domésticas, que apuntarse a todas las fiestas, y que, siendo así, disfrazarse de muertos sacados de películas de terror con poco presupuesto o peor guión, y mal subtituladas, ha sido una colonización fácil, de libro, un gol en propia puerta. Si los muertos de por aquí levantaron ayer la cabeza habrán pesado que por culpa de un malentendido sus familiares acabaron enterrándolos en Ohio, y no, como debieron, en Santa Úrsula o San Miguel. Cualquier excusa suele ser buena para echar un buen rato, pero lo de Halloween tiene tanto sentido como celebrar el día de Acción de Gracias, una fecha que, al tiempo, más pronto que tarde adoptaremos sin saber qué carajo estamos festejando.

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