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Novelas colombianas

Estoy viendo una novela colombiana cómica que tiene como 90 capítulos, o algo así. Y sólo en su primera temporada. Debe ser un remake. Voy por el episodio 59 y cada vez la trama me parece más disparatada. Se titula Hasta que la pasta nos separe. Antes seguí otra, protagonizada por una actriz flaquita y un guaperas que le gusta a la Milá, titulada –según recuerdo—Con aromas de café, o algo así. Las dos las emite Netflix, aunque la inefable Tele 5 parece que ha comprado la del café. Oiga, qué disparate. En uno de los episodios, una enamorada llamada “la Gaviotica” se va a Nueva York a buscar a su pretendiente porque perdió su número de teléfono. Bastaba preguntarle a un vecino, pero ella se fue de Colombia a NY y ¡lo encontró! Algo totalmente inexplicable, entre más de diez millones de habitantes. Con las series colombianas aprenden español hasta los afganos, pero se trata de un español distinto, más dulce y cursi que el que se habla en Godilandia, aunque más parecido al canario. No al canarión, que el cloquío de Artenara no hay quien lo entienda, sino al acento canario de Tenerife o La Palma, un suponer. Ahora que el Real Madrid está perdiendo, ya no veo fútbol, sino las telenovelas colombianas. Conocí a una chica joven, que trabajaba como dependienta de una tienda de lujo, en la isla griega de Miconos, armenia ella, que hablaba un español perfecto aprendido gracias a las series. El mundo está lleno de sorpresas y más eso que todo el mundo llama, y me horroriza, el mundo global. Pues claro que el mundo es un globo, no va a ser plano como los mapas colgados en la pared. Deberían cuidar más los guiones, pero a mí me valen así.

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