Los medios no hacen otra cosa que contar pollabobadas. El espacio de la edición digital de los diarios es ilimitado, los programas del corazón resultan eternos, hay cabida para publicar todo lo que se le ocurre al ser humano con menos gracia, los comentarios científicos aparecen equivocados, si consultas y te crees las páginas sanitarias de la Internet puedes tener cinco o seis tipos de cáncer al mismo tiempo. El mundo ha cambiado con la Internet, pero a peor, aunque no seré yo quien renuncie a reconocer las ventajas de la red de redes. Voy a poner el ejemplo de aquella información que hablaba de un chino que se olía los calcetines cada noche, antes de acostarse, y le detectaron unos peligrosos hongos en los pulmones. O la del persa, o por ahí, que no se bañó en más de medio siglo, lo hizo y se murió. O la de que meterse los dedos en la nariz durante muchos años produce Alzheimer. ¿Qué es verdad y qué es mentira? No estamos preparados para interpretar el contenido de las redes, ni para detectar si mienten o dicen la verdad. Este planeta se ha convertido en un patio de Monipodio, en el que Rinconete y Cortadillo puedan hacer de las suyas y Cervantes que lo cuente luego en la red. Ya no se sabe lo que es verdad o es mentira, por lo cual yo me declaro muerto. El periodismo siempre ha tendido al papanatismo y a la simpleza, o a todo lo contrario, a lo sesudo e ilegible e inaudible. Existe un mundo entre Jorge Javier Vázquez e Iñaki Gabilondo, un suponer. Yo ni siquiera sé dónde estoy, a lo mejor no estoy en ninguna parte. Quizá se haya cumplido mi ciclo y será mejor no leer ni escuchar tanta pollabobada.