decalcomanÍa 145

Te quiero tanto

“Lo tengo que decir. Hoy no se canta ni se muere por amor. Hoy las maneras de querer no componen poesía”
Ilustración: María Luisa Hodgson

Pablo Milanés ya le había ganado muchos años a la muerte cuando murió el veintidós. El artista se apagó lejos de su casa, ahora habitada por una gente que no desgarró alientos ni le gritó al Mundo en Sierra Maestra. Cuando murió Pablito (así me lo presentó mi Mari cubana) escribí en un wasap que se nos había muerto. No puede ser cierto. Estremecí y arrimé sones de mi Mari. Cerré los ojos para revivir los sonidos troveros de La Laguna universitaria de Heraclio Sánchez, entre la guitarra y la lírica del güimarero Agustín Ramos que protestaba y le cantaba a la Luna de Gran Rey.

Cuando murió Pablito caminé por La Laguna encantadora, por aquella ciudad de libros, grillos, parches y estudiantes que opinaban de patria y amor. Crónicas de vida que movían y empujaban sueños. Y me di cuenta de que hoy no se conversa. Lo tengo que decir. Hoy no se canta ni se muere por amor. Hoy las maneras de querer no componen poesía.

Pablito murió y la Nueva Trova Cubana llora. Y lloramos, también, quienes lloramos con una canción. Himnos que se quedan para siempre en letras que se entonan una y otra vez, a veces, en soledad. Y no te hacen feliz. Mejor miradas y caminos largos de silencio por el Camino Largo.

Los versos de la Nueva Trova acompañaron el triunfo revolucionario de 1959, cantos de mujeres y hombres que se juntaron en torno a Pablo y Silvio, los dos grandes (eternamente) que se unieron a Noel Nicola para crear Cuba va, poema que abrió al Mundo la voz de un pueblo que blandió por una bandera. Hoy Cuba no va y los acordes agitadores de los sesenta ondean marchitos. Pero la quieres porque la quisiste de verdad. Y el amor de verdad no se tira aunque vengan dolores y plena sequía. No hay que entenderlo.

Pablito sabía que se moría (¡qué suerte saber que te mueres!). Por eso en junio cantó en La Habana. Llegó en una silla de ruedas. Llegó descubierto y vieron que sus últimos días eran ciertos. Miró y cantó de nuevo para vivir por última vez. Y lagrimó de nuevo, seguro, frente al Malecón. Y sufrió otra vez, seguro. Pero si hay amor el sufrimiento no es tal. Es acurrucarse, amante, en el cansancio del tiempo. ¿Irse solo? Entonces, para qué vivir…

Pablito tenía que volver a su isla y vocear. Lo, lo, lo, lei. Lo, lo, lo lei… Era del Caribe, de una isla. Amaba a su isla, a sus montañas, a su sangre, a sus calles, a su memoria. Tenía que volver antes de morir. Aunque fuera un instante. Y en el Coliseo arrimó corazones, rasgó las cuerdas, punteó y jugó con los trastes. Tenía que volver y entonar libertad. No podía olvidar el amanecer antes de regresar a Madrid.

Pablo Milanés, el más grande de todos los trovadores, nos ha colmado para siempre de amores. Nos ha dado su mano para repetir una e infinitas veces: te amo. Sin razones.

La Nueva Trova Cubana se empeñó en reflejar la belleza y la inquietud a través de la música. Iluminó y llenó intimidades. Hoy canta más fuerte que nunca porque uno de sus cantautores continúa vivo. Toca seguir para vivir. Necesitamos coger su mano. Necesitamos sentir y conquistar los momentos felices que perdimos. Queda tiempo para la palabra, el deseo, flores, apreturas y remansos. Queda tiempo para decir te quiero tanto. Pablito ha muerto. Lloramos.

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