El otro día hablaba con un amigo de otro común, tristemente fallecido: Antonio Tavío. En los tiempos de El Perenquén (Canal 7) y de Radio Burgado, Antonio era uno más de nosotros, fuera de antena. Su generosidad no tenía límites. Hasta el punto de que, en cierta ocasión, la emisora que yo dirigía y de la que yo era propietario, Radio Burgado, comenzó a fallar en Santa Cruz, porque los equipos que ofrecían cobertura a la capital sufrían cortes de luz frecuentes, debido a la zona en la que estaban ubicados. Antonio se enteró y a los pocos días llegó a la radio un equipo nuevo de emisión, encargado y costeado por él, para instalar en la azotea y que así Santa Cruz no se quedara sin los programas. Se cuentan miles de anécdotas de Antonio, la mayoría de ellas conocidas. Ayudó mucho a su amigo Antonio Cubillo, a quien fue a ver a Argel en sus tiempos de exilio. Por eso su hija Cristina, en contra del criterio de su propio partido, el PP, fue la primera en asistir al entierro del líder independentista. Antonio Tavío había fallecido ya, si mal no recuerdo. Era un hombre bueno, generoso, emprendedor, uno de los forjadores del sur de la isla, que siguió la estela de su padre, don José Antonio Tavío, quien me encargó a mí el primer gran reportaje que se hizo de esa zona de la isla de Tenerife, en 1970, cuando construyó, junto a Ten-Bel, unas urbanizaciones preciosas. Más tarde Antonio hizo posible Amarilla Golf, un puerto deportivo y unas instalaciones turísticas que hoy gestionan sus hijos. Era un gran tinerfeño y para mí su recuerdo será imborrable porque hacía honor a la amistad, que era una de sus grandes señas de identidad. Uno de los nuestros.